El animal cultural
1. De la Cultura a la cultura.
¿Qué entendemos por Cultura?
Generalmente entendemos por “Cultura” (con mayúscula) un conjunto de conocimientos más o menos elevados, pero, de ningún modo entendemos que cultura sea cualquier tipo de conocimiento. Pensamos en un hombre “culto” y suponemos que es alguien que tiene conocimientos de literatura y ha leído “La Odisea” de Homero, “El Quijote” de Cervantes, “Hamlet” de Shakespeare y un montón de libros de otros grandes escritores, un hombre que sabe de historia y conoce la vida de sus antepasados, que sabe las hazañas y vicios de los reyes y los grandes generales que hicieron la historia de su país y de los países vecinos, que sabe de arte y es capaz de emocionarse frente al “Guernika” de Picasso o escuchando el “Tristan e Isolda” de Wagner, que conoce el estado de la ciencia de su tiempo y sabe enfrentarse a problemas clásicos de la filosofía, que se hace preguntas tales como ¿quiénes somos? o ¿a dónde vamos?. Pero no consideramos Cultura otros saberes, es más, hablamos de un pastor de ovejas del Pirineo como de un hombre “sin Cultura” que a penas sabe hacerse entender en castellano y que no sabe leer ni escribir y nunca ha oído hablar de Homero o Newton pero, sin embargo, que sabe como buscar un refugio las noches que el viento sopla del norte, que sabe interpretar las sutiles señales del tiempo para refugiarse en el valle antes de que llegue el temporal, que conoce a cada uno de sus animales y, es más, a cualquier animal y que, con la exclusiva ayuda de su navaja, y sin saber ni una palabra de ciencia de literatura o de filosofía, sería capaz de sobrevivir a expensas de la naturaleza todo lo que dura un largo invierno. A este hombre sin gustos refinados y que destacaría por su patanería en una reunión de hombres “cultos” lo ridiculizamos y le llamamos inculto, pero fuera de los límites de la ciudad, en el monte que nada sabe de arte, él sería más culto que el hombre de gustos refinados, él tendría el conocimiento más elevado de todos y, donde el intelectual erudito no vería más que amenazas e inclemencias, él reconocería la belleza y la sabiduría.
Podríamos hablar de una definición normativa de Cultura como sinónimo de “Educación”: la Cultura, desde esta perspectiva, sería aquel saber que las llamadas sociedades “civilizadas” seleccionan como “conocimientos elevados”. Estos conocimientos son, precisamente los que, en virtud de su importancia se enseñan en las escuelas e institutos de los países civilizados... la historia, la literatura, la ciencia, la filosofía, el arte. El resto, al que muchas veces nos referimos como “saber popular” se le tacha de vulgar y es ignorado en los planes oficiales.
Ahora bien tendremos que preguntarnos, ya que estamos contagiados por la curiosidad filosófica, ¿qué es lo que justifica que podamos hablar de “conocimiento vulgar” y “conocimiento elevado” o de “cultura” e “incultura” o incluso, de “Barbarie y civilización”[1]? ¿por qué un saber son más elevado que otro? Al respecto podemos ofrecer varias posibilidades:
A. La explicación tradicional.
Miremos la naturaleza de la llamada Cultura con C mayúscula (la cultura en su sentido normativo)... el arte, la literatura, o las matemáticas, por ejemplo. Desde muy temprano, ya en Grecia, los griegos consideraban que estos conocimientos eran diferentes al conocimiento del alfarero para fabricar vasijas o del campesino para arar la tierra. Estos últimos eran conocimientos prácticos, necesarios para sobrevivir; el campesino debía saber arar la tierra para obtener una buena cosecha y el alfarero fabricar vasijas donde conservar el aceite todo el invierno. Pero ni la literatura ni la filosofía parecen valer para nada en un sentido práctico; sin embargo los griegos tenían gran estima por los poetas que componían versos y los filósofos que hacían preguntas sin respuesta ¿por qué apreciar una cosa que no sirve para nada? Porque en realidad si que sirve. Los conocimientos como la agricultura o la caza cuidan del cuerpo. Sin alimento o abrigo no podríamos sobrevivir, pero el hombre no solamente necesita de alimentos y abrigo para ser feliz, para vivir como un hombre. Necesita alimentarse de la belleza y por eso el artista trata de crearla y necesita responder a las preguntas que lo acechan y por eso el filósofo se interroga noche tras noche buscando respuestas. Por tanto, tendremos que decir que hay una jerarquía en el orden de los conocimientos: los más bajos y vulgares serían aquellos que únicamente sirven para la mera supervivencia y los más altos y elevados son los que buscan una vivencia más allá de la supervivencia: la vivencia de la belleza, del bien, de la verdad... etc. También podríamos decir que unos son los saberes orientados al cultivo del cuerpo y los otros al cultivo del espíritu, del alma[2].
B. La explicación marxista.
Hay una explicación de la distinción entre saber elevado y saber vulgar acudiendo al pensamiento marxista. Según Marx en toda sociedad existen dos clases sociales enfrentadas: la clase social de los opresores y la clase social de los oprimidos. La diferencia entre unos y otros es evidente: una razón económica. La clase de los opresores está compuesta por los hombres que poseen los recursos económicos de la sociedad mientras que la clase de los oprimidos es la de los que no tienen sus propios recursos para la supervivencia y se ven obligados a trabajar para los demás si quieren subsistir. Pues bien, en esta división de clases hay que enmarcar también la diferencia entre “ cultura” y “saber popular”. El “saber elevado” o “Cultura” sería el tipo de conocimientos que pertenece a la clase privilegiada; es una clase ociosa que no invierte su tiempo en la supervivencia ya que es propietaria de los recursos económicos y, por tanto tienen tiempo que dedicar al teatro, a la literatura, a la filosofía o a la música. En cambio, el tipo de conocimientos que hace gala la clase obrera es del tipo de saberes prácticos orientados a la subsistencia y tradiciones vulgares. Los opresores, según los marxistas harán pasar sus tradiciones y entretenimientos por actividades realmente elevadas mientras que las tradiciones y fiestas populares serían expresión de vulgaridad y bajeza.
C. La explicación antropológica: la cultura.
Para los antropólogos no cabe la explicación según la cual se puede hablar de “cultura elevada” y “saber vulgar”. La antropología, del estudio de las diferentes sociedades, desde las más “desarrolladas” hasta las más “simples” llega a la conclusión que no podemos considerar como “cultura” a un conjunto especial de conocimientos, sino que “cultura” es todo el conjunto de conocimientos de que hace gala una sociedad concreta. No hay, verdaderamente, un criterio científico para considerar el tipo de conocimientos de intelectual universitario como más elevado que el conocimiento del pastor iletrado del Pirineo. El primero tendrá ventaja sobre el segundo al desenvolverse en el medio urbano pero, el segundo a su vez se desenvolverá mejor en el medio rural; considerar que es más elevado el medio urbano frente al rural no estaría justificado.
Uno de los padres de la antropología, el Ingles Edward Burnet Tylor definió la cultura en los siguientes términos: es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte moral, derecho, costumbres y cuales quiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en cuanto miembro de una sociedad. Otra definición que podemos tomar de referencia principal ya que, aunque apunta en el mismo sentido es más clara y completa, es la que ofrece el gran antropólogo Malinowski; según él, la cultura es el conjunto integral contituido por los utensilios y bienes de consumo, por el cuerpo de normas que rige los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, creencias y costumbres. Ya consideremos una muy simple y primitiva cultura o una extremedamente compleja y desarrollada, estaremos en presencia de un vasto aparato, en parte material, en parte humano y en parte espiritual, con el que el hombre es capaz de superar los concretos, específicos problemas que lo enfrentan[3].
Según esta definición de Malinowski, la cultura sería todo lo que constituye una sociedad dada. No puede darse una sociedad sin cultura ya que la cultura es precisamente lo que comparten los miembros de cada sociedad y que hace que permanezca cohesionada. Los elementos de la cultura se aprenden dentro de cada sociedad; son el conjunto de conocimientos, valores, normas de conducta... etc que aprendemos por el mero hecho de educarnos en una sociedad determinada. Podemos decir con A.Giddens que “cultura se refiere a los valores que comparten los miembros de un grupo dado, a las normas que acatan y a los bienes materiales que producen (...) cultura se refiere a los modos de vida de los miembros de una sociedad. Incluye el modo de vestir, sus costumbres matrimoniales y la vida familiar, sus modelos de trabajo, las ceremonias religiosas y sus pasatiempos...”[4]
Si en los temas anteriores enfrentábamos el estudio del ser humano desde un punto de vista biológico y buscamos aquellos rasgos biológicos que componen nuestra naturaleza, que heredamos de nuestros padres y que son absolutamente universales a la raza humana. Ahora vamos a enfrentar el estudio del ser humano desde las determinaciones que va adquiriendo a partir del día en que nace. Podemos decir que el día de nuestro nacimiento todos los seres humanos somos radicalmente iguales, pues en el nivel biológico no hay diferencias entre uno y otro. Pero ese mismo día empieza un proceso de aprendizaje en el que vamos adquiriendo nuevas pautas de conducta no determinadas genéticamente y de esta forma se va delimitando nuestra identidad. Todas estas cosas que aprendemos, lenguaje, normas de conducta, valores, ideas, modos de vestir, creencias... y que consideramos como “nuestras” constituyen en rigor nuestra “Herencia cultural”. Y si nuestra herencia biológica nos hacía iguales a todos los hombres, nuestra herencia cultural nos hace parecernos a algunos solamente, los que pertenecen a nuestra propia cultura, pero nos diferencia del resto.
2. De la evolución biológica a la evolución cultural.
En el tema anterior hemos mantenido que todos los seres vivos, y el hombre entre ellos, son producto de la selección natural. La cuestión es ¿cómo entender toda la complejidad de las distintas culturas humanas a partir del concepto de selección natural?.
En primer lugar hay que recordar que la selección natural actúa sobre el material genético, mas concretamente sobre los genes (porción de material genético responsable de un determinado rasgo o pauta de comportamiento). Recordamos que las mutaciones afectan al material genético produciendo variantes genéticas que ocasionalmente acarrean un aumento de la eficacia biológica (mayor capacidad para resistir enfermedades, para obtener alimento, para defender un espacio, etc.). Como consecuencia, al cabo de varias generaciones, la población considerada presenta un nuevo genotipo.
La selección natural puede actuar sobre genes responsables de la anatomía o fisiología de los individuos, o bien, sobre genes responsables de pautas de conducta. Estos genes propician lo que denominamos "conductas instintivas" que no son otra cosa que pautas de conducta determinadas biológicamente a través de los genes. La mayoría de las conductas animales son de este tipo: la construcción de telas de arana, de nidos, los rituales de apareamiento, etc.
Veamos un ejemplo de conducta instintiva modificada por la selección natural: en las Islas Galápagos existen iguanas que nadan y cazan peces. ¿Como es posible esta conducta si la iguana es una especie "pro gramada" para cazar en tierra?. En la población original de iguanas de las Islas Galápagos hubo, en un momento dado, un "error genético", apareció un nuevo individuo que desarrollaba una conducta "desviada" de la regla general: era capaz de nadar y conseguir alimento en el mar. Este individuo podía conseguir un suplemento muy importante de proteínas, su probabilidad de sobrevivir y reproducirse aumento muy significativamente y lo mismo ocurrió con sus descendientes. Al cabo del tiempo, la población de iguanas de las Islas Galápagos presentaba un nuevo genotipo: podían nadar y pescar.
Es importante señalar que aunque en el reino animal la mayoría de conductas son determinadas genéticamente, no todas lo son. Existen conductas no determinadas biológicamente: las conductas aprendidas. La conducta aprendida tiene una ventaja fundamental respecto a la conducta instintiva: es más flexible.
Por medio del aprendizaje pueden desarrollarse distintas respuestas en situaciones a su vez distintas mientras que la conducta instintiva es fija e inalterable. Por regla general la capacidad para aprender propicia una mayor eficacia biológica y por tanto mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse. Un ejemplo de conducta aprendida puede ser las que realizan las gaviotas cuando siguen a los barcos pesqueros o se dirigen a los basureros. Nada hay en su constitución biológica que explique tales conductas. Las gaviotas han aprendido nuevas pautas de conducta en su contacto con el hombre que les son beneficiosas y aumentan su probabilidad de supervivencia.
Es importante resaltar que la capacidad para aprender tiende a ser seleccionada porque asegura un mayor éxito reproductor, y esto sin modificar el genotipo de los individuos que desarrollan tal capacidad.
¿Como actúa entonces la selección natural si no es modificando el genotipo? Propiciando una base neurológica más potente, esto es, cerebros más grandes e inteligentes.
En principio, podemos hablar de cultura siempre que nos encontremos con un conjunto estructurado de pautas de comportamiento aprendidas. Si nos atenemos a esta definición propuesta ¿solo el hombre es capaz de desarrollar una cultura?. No. También los monos y los grandes simios tienen un repertorio de conductas aprendidas muy significativa.
En algunos casos, como el que sigue, los investigadores han llegado a observar la génesis de una cultura. Unos etólogos (científicos que estudian el comportamiento animal), estaban tratando de estudiar una población de monos japoneses. Para estudiarlos mejor se les intentaba sacar de la selva y traer a espacios abiertos. Los investigadores esparcieron por la arena de una playa boniatos para intentar atraerlos. A los monos les gustan los boniatos pero había un problema: los boniatos estaban rebozados en arena. Su instinto no les indicaba como solucionar el problema, así que comían los boniatos y la arena. Un día una hembra, particularmente activa e inteligente, realiza la siguiente conducta: traslada los boniatos rebozados hasta el interior de la selva, busca un arroyo de agua dulce, lava los boniatos y se los come. Al cabo de un tiempo, el 30% de los monos del grupo realizaba la misma conducta.
Hay que destacar que la nueva pauta de comportamiento no puede explicarse por evolución biológica. El grupo es igual, desde el punto de vista biológico, antes y después de realizar la conducta descrita.
Otro ejemplo de conducta no humana es la que tienen un grupo de chimpancés de Tanzania. Las termitas son un alimento muy apetecible pero para los chimpancés, presentan dos problemas: sus picaduras son dolorosas y sus refugios (termiteros) son prácticamente inexpugnables. Los chimpancés han inventado un curioso método de caza: cortan una ramita de un árbol, la deshojan, y la introducen por una hendidura del termitero; las termitas empiezan a subir por la ramita, antes de que lleguen al final (para evitar su picadura) los chimpances hacen un rápido movimiento y agarran el palo por el otro extreme arrastrando con la otra mano a las desconcertadas termitas dentro de su boca.
Este comportamiento lo aprenden los jóvenes chimpancés después de haber observado a sus mayores y de intentarlo repetidas veces. Además, no es un comportamiento propio de su especie, sino solo de este pequeño grupo. Forma parte de su cultura. Sin duda todas las culturas no humanas son muy rudimentarias, ¿por que?, por dos razones:
a) Falta de capacidad cerebral que impide, entre otras cosas, la adquisición de un lenguaje que posibilite la acumulación y transmisión de aprendizajes.
b) Configuración no apropiada de las extremidades superiores que aun son utilizadas para funciones locomotrices (desplazarse). Para desarrollar una cultura es necesario fabricar instrumentos y para esto es precise tener las manos libres, o sea, tener una posición bípeda.
El Homo sapiens sapiens cumple estos requisitos desde hace por lo menos cien mil años. Desde entonces hasta hoy prácticamente no ha habido evolución biológica alguna (de hecho el cerebro ha disminuido un poco). Es decir, la evolución biológica nada nos puede decir del camino que separa al hombre de las cavernas de la era espacial. Para comprender el tremendo cambio que ha sufrido la humanidad es preciso atender exclusivamente a la evolución cultural.
2.1.La agresividad humana.
La perspectiva etológica también nos sirve para plantearnos un tema clásico de la filosofía ¿somos agresivos por naturaleza? Quizás en la comparación con los animales encontremos las claves para plantear esta cuestión de forma más rigurosa. Veamos el siguiente texto de R. Leakey:
“Con este telón de fondo es ridículo decir que la guerra organizada equivale a la forma agresiva de mostrar los colmillos que tienen los papiones. Los jefes de estado que planean conflictos militares con otros países no tienen que ver con la agresión, sino con la política, y los individuos en el campo de batalla se parecen mas a los corderos que a los lobos. Claro que hay muerte cuerpo a cuerpo en una atmósfera cargada de emoción y de odio, pero pensemos en cuanto adoctrinamiento y cuanta despersonalización hay que desarrollar para llevar a los combatientes a ese estado de ánimo.
Hablando desde la perspectiva de un prehistoriador, Bernard Campbell dice: «La antropología nos enseña claramente que el hombre vivía siendo uno con la naturaleza hasta que, al principio de la agricultura, empezó a perturbar el ecosistema, perturbación a la que siguió una expansión de su población. No encontramos indicios de matanzas y guerras hasta que surgen las ciudades con templos (hacia el año 5000 a. de C). Este es un acontecimiento demasiado reciente para que haya tenido alguna influencia en la evolución de la naturaleza humana... El hombre no esta programado para matar y hacer la guerra, ni siquiera para cazar: su habilidad para hacerlo la adquiere aprendiendo de sus mayores y sus iguales cuando su sociedad lo exige.» Parece irónico que la capacidad para la cultura, compartida por igual por todos los pueblos del mundo, pueda ser el instrumento que también levanta barreras entre ellos. A lo largo de la historia, muchas veces las creencias religiosas y las ideologías diferentes han sido causa de odio y de conflicto.
Pero lo más irónico de todo es el efecto divisorio del lenguaje. Ningún otro ser vivo posee la capacidad que tiene el hombre para el lenguaje hablado, y este es la base sobre la que se construye la cultura. Sin lenguaje resultarían imposibles los sistemas sociales complejos y la tecnología sofisticada. Se trata de una capacidad que, por una parte, agrupa a la gente, pero, por otra, la divide en grupos diferentes, tanto a causa de su artefacto principal, la cultura, como porque la gran diversidad de lenguajes humanos levanta barreras a la comunicación entre grupos.
Creo que la naturaleza del hombre es más compleja de lo que suele suponerse. No arrastramos la carga de un pasado más primitivo y salvaje: los seres humanos no son «monos asesinos, como se ha sugerido. Tampoco somos personas innatamente pacíficas. La selección natural nos ha equipado con una flexibilidad para el comportamiento que es completamente desconocida en el mundo de los animales. Sin duda, somos seres muy sociables y, si no hubiera otros individuos con los que interactuar, no seriamos humanos. Durante varios millones de años, nuestros antepasados llevaron un tipo de vida, la caza y la recolección, que exigía un grado de cooperación no desarrollado por otros primates. Tan erróneo seria decir que los hombres son cooperativos de manera innata como decir que somos innatamente agresivos. De manera innata no somos nada. Los seres humanos son animales culturales, y cada uno de nosotros es consecuencia de su propio contexto cultural particular”.
En conclusión: la guerra es un rasgo cultural que surge en el neolítico, cuando la acumulación de bienes (cereales , ganado etc) hace rentable la agresión organizada. Desde la perspectiva biológica lo que cabe destacar es básicamente lo contrario: podemos observar en el mundo animal que cuando un conflicto aparece, “la sangre no llega al río”, esto es por lo que los etólogos han denominado “señales de apaciguamiento” por parte del vencido que calman la cólera del vencedor. Las armas (incluso las primitivas) hacen que el combate se desarrolle a tal velocidad que las señales de apaciguamiento pierden eficacia. Pero sobre todo es la enculturación y el lenguaje lo que nos hace ver al “otro” como no-humano, una bestia contra la cual todo está permitido. La parte positiva es que todo lo cultural puede cambiarse
3. Los “Universales culturales”.
Hemos dicho que la cultura desde un punto de vista antropológico (que es como lo vamos a entender de aquí en adelante) está formado por un conjunto de conocimientos, actividades y conductas que los seres humanos aprendemos socialmente. Ahora bien, ¿cuáles con estos conocimientos y actividades? ¿Son las mismas para todos’? La respuesta a esta segunda pregunta es evidentemente negativa; en cuanto echamos un vistazo a las diferentes sociedades humanas nos damos cuenta que éstas tienen culturas completamente diferentes. Si en un lugar visten de una forma, en otro lugar visten de otra; si en un sitio hablan una lengua, en otro el idioma es completamente diferente; si una se cree en unos dioses en otras sociedades se alaba a otras deidades, incluso a veces nos parece que por el hecho de pertenecer a una cultura diferente a la nuestra estas personas piensan de modo diferente y nos cuesta saber por dónde cogerlos.
Esto no quiere decir, sin embargo que los seres humanos vivamos en universos separados. Hay una serie de elementos que compartimos todas las culturas aunque en cada una de ellas tengan una forma diferente. Por ejemplo, todas las culturas hablamos una lengua o organizamos la sociedad en torno a unas estructuras familiares y todas las culturas organizan el mundo del trabajo y reparten las distintas tareas entre sus individuos. Es verdad que cada cultura hace estas cosas de forma diferente pero lo cierto es que todas lo hacen. Por esta razón la antropología cultural ha creído posible encontrar una serie de elementos estructurales que nos hacen a todos los seres humanos iguales, unas formas de ser al fin y al cabo humanas. A estas estructuras las ha llamado “Universales culturales” o “elementos de la cultura”.
Podríamos hablar de seis grandes universales culturales: El lenguaje, las instituciones sociales, las ideas y valores , la técnica, la religión y el arte.
A. El lenguaje.
Ya hemos estudiado el lenguaje humano como una capacidad, la capacidad simbólica. Vimos de qué forma el lenguaje humano aventaja a los sistemas de comunicación animales y cómo el ser humano puede se llamado el Animal simbólico por ser el único capaz de crear sus propios símbolos. Pues bien ahora vamos a estudiar el lenguaje desde otra perspectiva, desde la perspectiva cultural. En este sentido, si echamos un vistazo a las diferentes sociedades nos daremos cuenta de un hecho evidente: todos hablamos, si, pero todos hablamos diferente; cada pueblo, cada sociedad tiene un idioma diferente a los demás, incluso en zonas geográficas muy pequeñas.
No vamos a entrar a preguntarnos por qué los seres humanos tenemos diferentes lenguas, hecho que explicaban muy bien los babilonios con el mito del la Torre de Babel. Entrar a discutir este problema sería un asunto de la antropología lingüística y no es algo que nos compete hacer aquí. Sin embargo si vamos a analizar cuál es el resultado de este hecho, cuáles son las consecuencias de que tengamos diferentes lenguas.
Y la consecuencia fundamental es clara también: el hecho de que las distintas sociedades tengan distintas lenguas dificulta la comprensión entre unos y otros. Ahora bien, ¿esta dificultad se queda únicamente aquí o va mucho más allá? Lo cierto es que no faltan investigadores que defienden que la lengua tiene un alcance mayor que el de la mera comunicación entre los hombres. Para los Lingüistas Sapir Y Worf una lengua no es sólo un sistema de comunicación sino que es el modo específico de cómo los seres humanos comprendemos el mundo en el que vivimos; la lengua, cada lengua lleva aparejada consigo misma una interpretación del mundo. Si esto es así, según la idea de Sapir y Worf la consecuencia sería que distintas culturas tienen distintas formas de comprender e interpretar el mundo. Y, por tanto, la existencia de diferentes lenguas iría más allá que las dificultades de comunicación; muchas veces la incomunicación entre culturas sería cuestión de perspectiva: cada una tiene un modo de comprender la realidad.
Pero tratemos de comprender más profundamente la tesis de estos dos investigadores. Sapir y Worf eran respectivamente un lingüista y un antropólogo. Sus análisis comparativos de las diferencias de léxico entre lenguas pertenecientes a culturas diferentes les llevó a formular la hipótesis de que nuestra visión del mundo depende de la estructura de la lengua que hablamos. Para Sapir y Worf, el lenguaje determina de una manera total nuestra percepción del mundo, y por tanto nuestro pensamiento.
Pensamos como hemos dicho a través innumerables conceptos. Pero estos conceptos no nos los inventamos sino que los aprendemos cuando aprendemos la lengua de la cultura a la que pertenecemos; los conceptos van fijados en las palabras que componen el vocabulario de una lengua. Estos conceptos nos valen para pensar y clasificar el mundo. Puesto que la red de nuestros conceptos está fijada en la lengua, aprender una lengua es aprender una manera de clasificar y ordenar el universo; es decir, que cada lengua lleva aparejada consigo una manera de ver el mundo, una cosmovisión.
La consecuencia de esto es clara: personas que pertenecen a culturas distintas y que, por tanto, aprenden diferentes lenguas, ven el mundo de modos diferentes. El ejemplo[5] clásico propuesto por Sapir y Worf es el lenguaje de los esquimales:
Los esquimales poseen más de veinte palabras para referirse a los distintos estados de la nieve y sus distintos tipos, pero no tienen una palabra genérica para la nieve; esto puede querer decir que donde nosotros no vemos sino variaciones de una misma realidad, los esquimales ven distintas realidades. Para comprender esto podemos hacer un pequeño experimento: tratemos de imaginar en nuestra cabeza distintos paisajes: una playa de arena, una playa de lodo, una playa de barro una playa de tierra... en cada caso nuestra imaginación nos lleva por situaciones completamente diferentes. Sin embargo imaginemos ahora... una montaña nevada, una montaña de nieve virgen, una montaña de nieve en polvo. En estos casos la imagen que hemos evocado en nuestra imaginación es la misma, ¿qué ocurre? En castellano tenemos muchos conceptos para hablar de “tierra” siendo la misma substancia. Esto nos permite tener una interpretación rica y llena de matices acerca de paisajes del tipo de la playa. Sin embargo, clasificamos a la nieve en un único concepto, lo que nos hace ver esta substancia como una realidad única. Pues algo similar debe pasarle a los esquimales pero en sentido contrario; contemplando un paisaje ártico los esquimales deben percibir un sinfín de matices mientras que nosotros sólo apreciamos un paisaje monótono nevado. Lo que significa que el lenguaje determina decisivamente nuestra percepción del mundo y, por lo tanto nuestra interpretación del mismo.
¿Qué consecuencias debemos sacar de esta idea? Pues podemos obtener muchas conclusiones. Vamos a destacar algunas:
- Dependencia de la persona a la cultura: esta idea es una teoría que utilizamos de forma inconsciente. Muchas veces decimos “los ingleses son...” o “los americanos siempre piensan...” generalizamos una forma de ser o una forma de pensar a toda una sociedad casi suponiendo que el hecho de pertenecer a una sociedad u otra marca ya mi manera de pensar y de actuar. Pues bien, según la tesis de Sapir y Worf algo de cierto hay en esto. Como hemos visto, defienden que el lenguaje prefigura mi forma de pensar, luego si tengo un lenguaje y no otro tenderé a pensar de una forma y no de otra[6].
La consecuencia es clara para esto: mucho de lo que pienso que en realidad es un rasgo individual y personal mío no es más que un hecho cultural: la cultura y fundamentalmente el lenguaje marca mi forma de ser determinantemente.
- Incomunicación entre culturas: tal vez la consecuencia más cruda de esta tesis es que de ella se desprende una cierta “incomunicación” entre culturas diferentes culturas tienen una interpretación radicalmente diferente de ver el mundo no es de extrañar que no puedan ponerse de acuerdo. Desde el punto de vista de Sapir y Worf no existe la posibilidad de traducción entre lenguas, por lo menos una traducción “fiable”. Pongamos un ejemplo: ¿cómo traduciríamos un poema esquimal dedicado a la nieve en el que se usaran esos más de veinte conceptos para referirnos a ella? Tendríamos que usar siempre la misma palabra “nieve” y el sentido, significado y belleza del poema se desvanecería en la traducción.
Contra Sapir y Worf: La gramática universal de Chomsky
La teoría de Chomsky coincide con la de Sapir y Worf en considerar que el lenguaje determina nuestro pensamiento y nuestra concepción del mundo al fin y al cabo. Sin embargo contradice a éstos en que considera que hay unas estructuras universales innatas del lenguaje que no dependen de una cultura u otra sino que las tenemos todos los seres humanos exactamente iguales. Chomsky, estudiando cómo se genera el lenguaje en los niños se dio cuenta que en todas las culturas hay una serie de elementos semejantes.
La idea de Chomsky es que sólo una parte del lenguaje es aprendido y por tanto sólo una parte pertenece a la especificidad de cada cultura, pero hay otra parte, precisamente la más importante viene determinada biológicamente en el hombre o, si se quiere, es innata.
Para Chomsky cualquier expresión del lenguaje tiene dos niveles: un nivel superficial que puede parecer completamente diferente en todas las lenguas pero luego hay un nivel profundo que es igual en todas las culturas. Esta estructura profunda que sería precisamente la parte innata del lenguaje es lo que permite que los niños aprendan a hablar a muy temprana edad y permite también que puedan traducirse unas lenguas a otras (y por tanto que haya un verdadero diálogo entre culturas diferentes).
B. Las instituciones
Las instituciones son los modelos de comportamiento de los miembros de una sociedad que están regulados por normas. Por ejemplo una institución puede ser “El gobierno” de una sociedad; gobernar es una actividad que está regulada por unas normas, no puede gobernar cualquiera ni hacerlo como se le antoje, está sometido a una serie de pasos y pautas para realizar esta actividad. No debemos entender que las instituciones son únicamente los modos de relaciones sociales que están reguladas por leyes escritas en algún código de leyes; las instituciones son todas aquellas formas que tenemos de relacionarnos y de comportarnos que están marcadas por normas de cualquier tipo: por ejemplo normas y prohibiciones inconscientes o normas aceptadas por todos los miembros de una comunidad pero que no están escritas en ningún lugar, simplemente se aceptan.
Una de las instituciones más importantes de una sociedad, por ejemplo, es la familia; las familias en cada sociedad se organizan de un determinado modo aunque no haya normas que digan que debe ser así. Otras instituciones pueden ser las relaciones laborales, las relaciones interpersonales (amistad, amor...) y también, claro, las instituciones reguladas por leyes escritas: la forma de organización política, las formas de organizar la educación... etc.
¿qué significa que las instituciones (las pautas de comportamiento reguladas) sean un universal cultural? Pues que estos modos de comportamiento están presentes en todas las culturas, aunque no del mismo modo. Todas las culturas establecen ciertas reglas de parentesco familiar, amistoso... todas las culturas tienen unas normas de relación laboral o unas normas para regular el gobierno... etc.
La institución familiar
Aquí no podemos hacer un análisis exhaustivo de ninguna de estas instituciones, únicamente vamos a centrarnos en tratar de explicar algunas diferencias entre, por ejemplo, la institución familiar (normas sobre el parentesco) en diferentes culturas.
Pues bien, en todas las sociedades hay reglas familiares que determinan las relaciones sexuales permitidas, la cría de los hijos, la herencia y los deberes y privilegios de cada miembro dentro de una familia. Y hay que tener en cuenta que las reglas varían mucho de una sociedad a otra; esta es la razón de que muchas veces los europeos han considerado a otras culturas como culturas auténticamente aberrantes ya que rompían con muchas de las reglas sobre las relaciones familiares impuestas en las familias europeas.
Por ejemplo las reglas de filiación varían mucho de una cultura a otra. La filiación sería el grado de parentesco familiar que existe entre los miembros e una familia. Por ejemplo, en nuestra sociedad la filiación es, por llamarlo así, sanguínea; nuestros parientes más cercanos son nuestros hermanos, después nuestros abuelos, luego nuestros primos y tíos... etc. Casi ateniéndonos a estas reglas establecemos nuestras relaciones personales con ellos. Sin embargo en diferentes culturas se entienden estas relaciones de modos distintos. Por ejemplo, nosotros consideramos que son parientes nuestros tanto la familia paterna como la familia materna[7]. En algunas familias se restringen los lazos familiares bien a la línea materna (sociedades matriarcales) o bien a la línea paterna (sociedades patriarcales) de tal forma que si perteneciésemos a una sociedad matriarcal, nuestros abuelos, primos y tíos por parte de padre no serían considerados como miembros de nuestra familia sino como “extraños”. Las relaciones entre nosotros y nuestros familiares, por tanto, están determinadas por nuestra herencia cultural, no es un hecho natural.
C. Las ideas y los valores.
Las actitudes que tenemos hacia las cosas las expresamos por medio de valores. Los valores nos permiten comportarnos de forma coherente, siguiendo ciertas normas. Una norma es una regla que nos indica cómo actuar en determinadas situaciones, de acuerdo con unos valores. Si careciéramos de valores no podríamos establecer normas, y sin éstas no seríamos capaces de organizar con sentido nuestras acciones.
Utilizamos valores de muy diferentes tipos: corporales (fuerte, sano, débil...); sensoriales (placer y dolor); estéticos (bello, feo); legales (legal e ilegal); cognoscitivos (verdadero y falso) y, fundamentalmente, morales (bondad, justicia, virtud, solidaridad, tolerancia, dignidad, igualdad, libertad...).
Los valores también tienen un marcado origen cultural. Casi siempre tendemos a pensar en que los valores son o bien de carácter personal o de carácter natural. Es decir:
· Desde una consideración natural tendemos a suponer que tenemos ciertos valores, por ejemplo sobre la libertad, la justicia, la verdad porque es natural que los tengamos. Creemos en la justicia porque creemos que hay hechos justos independientemente de lo que yo piense o creemos en la verdad porque hay una distinción absoluta entre verdad y mentira.
· Desde una consideración personal, entendemos los valores como una conquista personal: yo he llegado a la convicción de que “la justicia bebe ser esto o aquello”, de que “la amistad consiste en comportarse de tal modo con mis amigos... etc”.
En cualquiera de estas dos opciones pasamos por alto la cuestión cultural. El hecho es que cada cultura entiende por un valor un significado determinado que tal vez en otra cultura se entienda otra cosa. Y, también, cada cultura establece una distinta jerarquía de valores.
Es quizá aquí donde las fronteras entre antropología, filosofía y ética son más difusas. ¿Existen valores superiores a otros? ¿O todo es relativo? Por ejemplo: en los países occidentales estimamos que la igualdad entre hombre y mujer es un valor, pero es evidente que en la mayoría de las culturas la función social y los derechos de hombres y mujeres son muy diferentes. ¿Qué debemos hacer? ¿respetar las peculiaridades propias de cada cultura? ¿propiciar y favorecer la igualdad en todo el mundo?
Un término medio entre el etnocentrismo ( creencia de que nuestros valores y pautas de conducta son normales y bellos y que los otros, por el mero hecho de ser diferentes, son anomalías aberrantes) y el relativismo de los valores podría ser considerar la declaración universal de los derechos humanos como “el mínimo común denominador”; un conjunto reducido de valores universales que deberían ser respetados por todas las sociedades pues expresan los deseos y anhelos de la humanidad entera. Así deberíamos respetar aquellos valores y tradiciones que, siendo diferentes a los nuestros, no vulneren los derechos humanos y, por el contrario, perseguir y denunciar aquellas prácticas y costumbres que atenten contra los mismos.
D. La técnica.
Otro de los universales culturales que ha identificado la antropología es la técnica. La técnica podemos definirla como el conjunto de procedimientos mediante los cuales el ser humano transforma el medio natural que le rodea haciéndolo más habitable.
La técnica es un hecho universal en el ser humano; podemos decir, incluso que el hombre antes que animal racional, homo sapiens, debe ser considerado un animal técnico, un homo faber. El ser humano es un animal especial; podríamos decir (salvo excepciones contadas y muy básicas) que el ser humano no se adapta al medio ambiente que le rodea, sino que adapta este medio a sí mismo. Cabría suponer, por ejemplo que ante un medio ambiente hostil una especie inadaptada o pereciese por completo o desarrollase adaptaciones que le permitiesen sobrevivir (por ejemplo una espesa piel en un medio ambiente gélido). En el caso del ser humano esto no ocurre; el ser humano construye su propio ambiente artificial hecho a su medida (frente a ambientes gélidos construye viviendas con calefacción. son las maneras que una cultura tiene para producir su cultura material). Por ello muchos antropólogos hacen hincapié en que el ser humano no vive en la Naturaleza, como el resto de las especies, sino que se ha construido una segunda naturaleza y sólo en ella puede subsistir. No en vano el principal criterio para determinar si los restos de algún antepasado nuestro pertenecen a nuestro género Homo es determinar si aparecen asociados a algún tipo de utillaje.
E. La Religión.
Todas las culturas tienen algún tipo de creencia religiosa, y practican algún tipo de rito o ceremonia asociada a dicha creencia. Ahora bien la diversidad es tal que es sumamente complejo destacar algunas características comunes a todas ellas.
Dos grandes teorías clásicas enfrentan el fenómeno religioso:
Según la fenomenología de la religión (Rudolf Otto y Max Müler) la religión tiene un origen específico: la admiración, el asombro que paraliza ante lo maravilloso, misterioso o terrorífico. Se trataría del mismo sentimiento que origina la filosofía y la ciencia pero canalizado de forma diferente. La característica fundamental de la religión sería la trascendencia: la religión intenta “ir más allá” de los hechos, alcanzar una comprensión global y hacerse con el “sentido de la vida”. Como todos los humanos participamos de tal aspiración, no es de extrañar que la religión sea un universal cultural.
Por otra parte la sociología de la religión (Durkheim y Levi Strauss) objeta estos orígenes y subraya la dimensión objetivante y normalizante que poseen las religiones en situaciones límite tales como el nacimiento, la muerte, la menstruación, el matrimonio etc. Afirman que lo importante no es el origen sino la función. Toda sociedad necesita de ritos y ceremonias, especialmente en momentos señalados, y la religión da satisfacción a tal necesidad. No es preciso suponer la existencia de ningún ser trascendente, ni siquiera de un sentimiento de trascendencia, para justificar el fenómeno religioso. Las ceremonias no serían una representación de un sentimiento más profundo, sino la esencia de la religión.
F. El Arte.
Se ha señalado muchas veces que el ser humano es un ser creativo, un animal que no se conforma con utilizar lo que encuentra a su alrededor, sino que lo transforma, lo adapta y lo utiliza para crear nuevas cosas. Así, por ejemplo, hacer muescas en una piedra, afilar la punta a una rama de árbol, o utilizar la piel de un animal muerto para taparse, son casos de sobra conocidos de la incipiente creatividad humana. El ser humano no se ha conformado con vivir en un ámbito natural que ponga a su disposición lo que necesita para sobrevivir, sino que ha creado todo un universo cultural de objetos, utensilios, instituciones, ritos, creencias, etc.
Pues bien, el arte formo muy pronto parte importante de ese mundo cultural que caracteriza al ser humano. Nuestros antepasados no se limitaron a crear instrumentos que les sirvieran para algo, sin mas, sino que pintaron las paredes de sus cuevas, adornaron sus cuerpos con ornamentos de todo tipo, decoraron sus vasijas de barro... y continuando este proceso nos encontramos con la construcción de pirámides, de totems, de catedrales, con Las Meninas, la opera, o el museo Guggenheim.
Quizás hemos ido demasiado deprisa desde las pinturas paleolíticas al museo Guggenheim; evidentemente hay una distancia considerable entre ambas cosas, pero salvando esta distancia podemos encontrar en cosas tan dispares elementos comunes: la necesidad humana de crear cosas que vayan mas allá de la satisfacción de necesidades primarias, cierto sentido y capacidades estéticas tanto para crear como para apreciar los objetos artísticos, cierta necesidad de trascender el momento presente e inmortalizarse, quedar para la posteridad, etc.
Todas estas son cosas que nos caracterizan como seres humanos, y que solo en algún caso y en un sentido muy rudimentario podríamos observar en algunos animales. Por ejemplo, se han hecho estudios con chimpancés que han mostrado que con un entrenamiento adecuado pueden desarrollar ciertas habilidades artísticas y aprender ciertas reglas de transformación simbólica; pueden hacer dibujos y reconocer lo que ellos representan; muestran también cierto sentido estético al intentar copiar con exactitud los dibujos, distribuirlos de determinada forma o dibujar en el centra de la hoja. No obstante, ocurre aquí como con su capacidad para el lenguaje, que se logra solo en un nivel muy rudimentario. Por ello, podemos llegar a la conclusión de que si bien los rudimentos del arte pueden encontrarse en nuestra herencia primate, solo el Homo Sapiens puede ser calificado con justicia como animal artístico.
4. Teorías de la cultura.
Hay un problema de primer orden que tenemos que tratar de comprender: ¿cómo explicar la diversidad cultural? ¿Por qué tenemos diferentes culturas y no más bien una única?; y sobretodo ¿Existen culturas superiores o civilizadas y otras inferiores o bárbaras? y si es así ¿Qué criterio habría que utilizar para distinguir unas de otras? . Examinemos algunas de las principales teorías que han pretendido responder a estas cuestiones: la teoría ilustrada, el relativismo cultural y el materialismo cultural.
A. Teoría de la Ilustración.
Durante el siglo XVIII, en el período histórico denominado con el término Ilustración, se desarrollaron varios intentos sistemáticos de explicación de las diversidades culturales. La idea del progreso dominaba generalmente las distintas teorías, de tal manera que se entendía que las diferencias entre las diversas culturas obedecían a las diferentes fases en las que se encontraban. Pero vayamos por partes. ¿Qué entendían los ilustrados( Locke, Voltaire, Montesquieu, Kant etc) por progreso? Ellos tenían el convencimiento de que el presente es mejor que el pasado y el futuro nos deparará una vida mejor. La Ilustración es un movimiento que reacciona contra el pasado: las Luces son el símbolo de la Razón que se impone a la oscuridad, la ignorancia y la superstición. A pesar de todo no son tan modernos y rupturistas como ellos mismos suponen: la idea laica de Progreso procede de la idea de tiempo propia del cristianismo. Los cristianos representan el tiempo mediante una línea, al principio está la Creación en el medio el advenimiento del Mesías y finalmente el Juicio Final. Esta representación se nos hace tan familiar que nos cuesta trabajo comprender otros esquemas alternativos. Los antiguos griegos o los budistas entendían que una representación circular refleja mejor la verdadera naturaleza del tiempo (igual que el ciclo de las estaciones). Sea como fuere es preciso comprender que estamos frente a esquemas mitológicos y no ante una descripción objetiva de la realidad. Pero reconstruyamos la cadena de acontecimientos: primero los judíos y después los cristianos concibieron el tiempo de manera lineal; los ilustrados interpretaron el esquema lineal conforme a la idea de progreso; pensaron que las sociedades y las culturas evolucionaban hacia algo mejor y, finalmente, interpretaron las diferencias entre culturas obedecían a las distintas fases en las que se encontraban.
Ya en el siglo XIX, el padre del positivismo, Augusto Comte explicaba la historia señalando que existía una evolución en la que se atravesaba por diferentes etapas. Esta evolución ascendente la expresó con su conocida ley de los tres estadios: los tres grandes estadios por los que pasan las sociedades humanas son los siguientes: la etapa teológica, la metafísica y la positiva. En cada una de estas tres grandes etapas evolutivas se progresa respecto de la anterior, alcanzando un nivel superior de realización de los seres humanos y de la sociedad. en el estadio teológico, se explican los acontecimientos y los seres de la naturaleza en referencia a los seres y fuerzas sobrenaturales, que aparecen como la causa última de la realidad. En el estadio metafísico, las causas de los fenómenos no son ya seres sobrenaturales, sino ideas abstractas pero metafísicas, sin tomar en cuenta los hechos; este sería el momento, por ejemplo de la teología cristiana: se explica la naturaleza con referencia a ideas abstractas (la idea de un ser supremo, por ejemplo). En el estadio positivo, los seres humanos abandonan las pretensiones metafísicas y teológicas, y buscan el dominio de la observación y la explicación teniendo en cuenta los hechos, con el objeto de adquirir conocimientos empíricos que puedan ser comprobados mediante la experiencia. Por ello, esta etapa se caracteriza por la búsqueda de las relaciones entre los hechos, a partir de la observación y la medición, buscando las leyes que operan en dichas relaciones.
¿Cómo interpretar la existencia de diferentes culturas dentro de esta corriente? Muy fácil, habría que decir que no todas las culturas se encuentran en el mismo grado de evolución dentro de esta escala. Por ejemplo, las tribus amazónicas estarían dentro del primer estadio, las civilizaciones orientales (china o hindú) estarían en el segundo estadio, mientras que las modernas sociedades occidentales estarían ya en el último estadio. Sin embargo cabría suponer que existirá un momento en la historia en que todas las sociedades sean iguales, no existan diferentes culturas pues todas habrán alcanzado el máximo grado de evolución.
La idea del progreso fue criticada duramente por el filósofo Jean Jacques Rousseau, contemporáneo de los ilustrados franceses. Desde su perspectiva, el optimismo histórico de los ilustrados era erróneo. Las artes y las ciencias no sólo no han traído el progreso de la humanidad, sino que han producido su corrupción. Para Rousseau la naturaleza del hombre es básicamente bondadosa, generosa, valiente... sin embargo las sociedades consideradas “cultas” y “refinadas” lo que hacen es fomentar en él la mezquindad, la avaricia el egoísmo, la cobardía.
También ha habido una dura crítica de la idea del progreso por parte de filósofos contemporáneos. Los ilustrados, de donde surgen las ideas evolucionistas, consideraban que el hombre, y en especial la sociedad occidental (a la que deberían seguir tarde o temprano las demás sociedades), progresaba en sentido positivo y lograría finalmente la plena libertad, racionalidad e igualdad. Sin embargo ¿dónde desembocó este progreso tecnológico, industrial y racional de Europa? En las dos grandes guerras mundiales a comienzos del siglo XX y, en especial en la segunda guerra mundial en la que, en nombre de la racionalidad europea y de la supremacía de la cultura europea (llamémosla “aria”) se exterminó de forma “racional” e “industrial” a millones de personas. Por ello, el optimismo histórico de la Ilustración no es compartido por muchos de los filósofos del siglo XX. Un caso ejemplar puede ser Heidegger, para quien la historia de la civilización occidental no es la historia de un progreso, sino la historia de una ocultación progresiva de la condición humana, que acaba reducida a pura mercancía y como tal tratada en la moderna sociedad tecnológica contemporánea. También podemos mencionar a los filósofos marxistas de la escuela de Frankfurt;
B. El relativismo cultural
El particularismo histórico, desarrollado por F. Boas y sus discípulos en las primeras décadas del siglo xx, se opone a la concepción de la historia de las culturas como un proceso evolutivo en el que hay culturas superiores, más evolucionadas, y culturas inferiores, menos evolucionadas. Para Boas, cada cultura tiene una historia y un conjunto de rasgos específicos que la hacen incomparable con cualquier otra. Por ello, no puede haber una ciencia sobre la cultura que pretenda llegar a un conocimiento universal y globalizador sobre todas las culturas. No existe un proceso único en el que todas las poblaciones van evolucionando hacia una cultura y una lengua superior. Cada cultura es única y tiene una historia propia, no es posible diferenciar culturas superiores o inferiores. Cada una tiene su propia particularidad. Esta perspectiva teórica recibe el nombre de relativismo cultural. Para los relativistas culturales, es necesario estudiar la complejidad de las culturas primitivas, en las que se observan rasgos propios y particulares, muchas veces subestimados desde el análisis de los investigadores europeos.
La perspectiva relativista choca con la postura etnocentrista que favoreció el colonialismo europeo por todo el mundo durante el siglo XIX. La superioridad de la cultura europea, e incluso de la raza europea, fueron argumentos que ocultaban algo mucho más simple: la superioridad tecnológica y armamentística de los europeos, que permitió el colonialismo y la explotación de aquellos pueblos incapaces de defenderse ante una industria militar más sofisticada. Hoy en día, la evolución de muchos de aquellos países, como la potencia económica, tecnológica y comercial de Japón, ponen de relieve el carácter arbitrario de dichas teorías. Las teorías racistas no tienen, por lo tanto, un apoyo científico y responden a una interpretación errónea de la evolución histórica. Se basan en un concepto, el de raza, que no permite explicar la diversidad y la evolución de la especie humana.
Pero, por otro lado, asumir por completo las tesis de F Boas nos llevaría al relativismo moral. Si todas las culturas son iguales ¿Por qué hemos de juzgar hechos o conductas que estimamos inmorales? ¿Acaso no existen unos valores de carácter universal conformes a una razón también universal? Es decir, si todos los humanos somos seres racionales ¿no es razonable suponer que compartimos algunos valores de carácter general tales como la libertad, la igualdad o la dignidad?
C. El materialismo cultural
El materialismo cultural es una corriente antropológica que nace a partir de los trabajos de Marvin Harris. Lo peculiar de la nueva perspectiva es que abandona la pretensión valorativa. No se trata de valorar si una cultura es mejor o superior a otra sino de comprender. La perspectiva específica del materialismo cultural es el estudio de las diferencias y semejanzas en el pensamiento y en la conducta de los grupos humanos. Intenta buscar explicaciones causales de dichas semejanzas y diferencias a partir del estudio de las limitaciones materiales a que está sometida la experiencia humana. Estas condiciones proceden de las dificultades derivadas de las limitaciones establecidas por el medio ambiente. Se trata de las necesidades derivadas de la producción de alimentos, útiles, máquinas, abrigo. Si dos culturas diferentes comparten algunos rasgos comunes será por alguna semejanza en las condiciones materiales de la vida que dan cuenta de tal semejanza. Si, por el contrario, dos culturas adoptan soluciones radicalmente diferentes ante un problema similar, habrá que buscar, de nuevo, una explicación en las condiciones objetivas que explique la divergencia. Por ejemplo: tanto los musulmanes como los judíos son porcofóbicos (no comen carne de cerdo) ¿Por qué? Marvin Harris busca la explicación partiendo de las semejanzas entre los entornos ecológicos donde se desarrollan ambas culturas. Por el contrario los hindúes comen carne de cerdo pero consideran sagradas a las vacas ¿Por qué?
Frente a estas condiciones materiales, están aquellas otras derivadas de las ideas, los valores, la religión o el arte. Aunque los valores morales, las creencias religiosas y las experiencias artísticas constituyen algunas de las más altas vivencias humanas de cada individuo y cada grupo, el materialismo cultural pretende, con base en las condiciones materiales de la existencia, explicar las variaciones en dichos aspectos entre determinados grupos y sociedades. Es decir la respuesta ideológica nunca es la última palabra. Así decir que los hindúes no comen carne de vaca por que su religión se lo prohibe es no explicar nada ¿Por qué el hinduismo considera a la vaca un animal sagrado? Esa es la cuestión. Y la respuesta ha de tener el cuenta el modo de vida de los hindúes ¿cómo viven? ¿en qué trabajan? ¿qué comen? etc.
El materialismo cultural es el resultado de aplicar las tesis marxistas del materialismo histórico al estudio de las culturas. Fue Marx el primero en distinguir entre infraestructura (la base económica) y superestructura (las ideas, valores, ideología, religión etc) y afirmar que la primera condiciona a la segunda. Marvin Harris se considera heredero de esta tradición e intenta comprender y explicar la diversidad cultural desde esta perspectiva.
Notas:
[1] Este choque entre bárbaros o salvajes (los que carecen de una cultura elevada) y civilización (los que tenemos gustos y conocimientos refinados), es tan antigua como la historia misma de Occidente; de hecho, los occidentales nacimos ya, en Grecia, distinguiéndonos como mejores y más elevados respecto de los que eran diferentes a nosotros. Los griegos y los romanos, hablaban de “bárbaros” para referirse a los pueblos que no formaban parte de los límites del imperio, y consideraban que sus costumbres , dioses y pensamientos eran vulgares y decadentes. Los europeos modernos, a partir del descubrimiento de América distinguieron entre Salvajes (los pueblos indígenas de America, Asia y Africa) y los modernos europeos civilizados. Consideraban que los pueblos americanos o africanos eran pueblos subdesarrollados, con costumbres arcaicas, vulgares y decadentes. Y fue precisamente en nombre de esta idea que se les masacró y mutiló sus tradiciones, religiones, lengua y saberes: había que llevar la cultura y la civilización a esos salvajes que creían en dioses paganos monstruosos y que tenían costumbres aberrantes; culturas preciosas perecieron bajo esta idea “bárbara” europea.
[2] Esta consideración de la cultura sólo tiene sentido, por tanto, en una interpretación dualista del ser humano. Es la interpretación de la cultura desde los griegos hasta prácticamente nuestros días en que, consecuencia de la consideración monista también quedan unificados en el mismo saco (culturas elevadas y culturas vulgares).
[3] B Malinowski. “Una teoría científica de la cultura”.
[4] A Giddens. “Sociología”
[5]Otro ejemplo muy ilustrativo que propone Worf está basado en la comparación entre la lengua inglesa y la lengua Hopi. Según Worf el ingles considera el tiempo como un segmento dividido en tres partes continuas: pasado presente y futuro. Estos son los tiempos verbales que permite enunciar esta lengua, lo que hace que los ingleses tengan una consideración ordenada y lineal del tiempo. La lengua Hopi, sin embargo sólo distingue dos tipos de tiempos: los acontecimientos que ya se han manifestado y los acontecimientos que están todavía en un proceso de manifestarse. Según Wofr los conceptos que tiene el inglés y en general las lenguas indoeuropeas (alemán, francés, español, italiano... etc) hace más fácil medir el tiempo y por eso los europeos tienen una mayor facilidad para hacer horarios, vivir según el reloj, planificar tareas... pagar a plazos. Sin embargo los Hopis viven un tiempo más caótico y les es más difícil hacer planes o vivir según un horario y un reloj.
[6]Una forma de comprobar cómo nuestro lenguaje determina e influye en nuestra manera de pensar y de concebir el mundo es a través de las metáforas de cada idioma. Nuestro sistema conceptual es en gran medida metafórico; la manera en que pensamos y experimentamos lo que hacemos cada día es de naturaleza metafórica. Por ejemplo la mayor parte de los idiomas europeos entienden el diálogo como una guerra; charlar, dialogar, discutir viene a ser una forma de pelear y guerrear. Esto lo muestran las metáforas de nuestra lengua al respecto:
Tus afirmaciones son indefendibles
Atacó todos los puntos débiles de mi argumento.
Sus críticas dieron justo en el blanco
Destruí su argumento.
Nunca he vencido en una discusión.
¿No estás de acuerdo? Vale, dispara.
Si usas esta estrategia, te aniquilará.
Tratemos de imaginar una cultura en la que las discusiones no se dieran en términos bélicos, en la que en una discusión nadie perdiera ni ganara y donde no tuviera sentido atacar, perder terreno, defenderse... etc. Imaginemos, por ejemplo una cultura en la que la discusión fuera entendida como una danza que hubiera que ejecutar de manera agradable y brillante. En una cultura así la gente efectuaría las discusiones de manera completamente diferente, no habría un deseo a toda costa de “ganar” la argumentación (muchas veces el argumento es lo de menos, lo que buscamos es quedar victoriosos en el diálogo) y ambos pretendientes buscarían la mejor manera de armonizar las distintas posturas de cada uno (igual que ocurre en la danza). Sería muy distinto discutir para lograr una armonía entre las opiniones de los que discuten que discutir para lograr imponer la opinión de uno de los que discuten (que es en el fondo la forma de considerar las discusiones en Occidente y la forma de ser de nosotros, los occidentales).
Hay muchas otras metáforas que indican nuestra concepción del mundo y de la realidad que nos rodea. Por ejemplo los occidentales consideramos el tiempo como si fuera una sustancia semejante al dinero: algo que se puede gastar, perder, invertir, despilfarrar, desaprovechar... etc. Y las metáforas que utilizamos para referirnos a él lo ponen de manifiesto:
me estás haciendo perder el tiempo.
Este ordenador me ahorrará tiempo.
No tengo tiempo para darte
¿en qué gastas tu tiempo?
Esa rueda pinchada me ha costado una hora.
Estás terminando con tu tiempo
¿Te sobra mucho tiempo?
Vive de tiempo prestado
Invertí todo mi tiempo en conquistarla y lo perdí.
En nuestra cultura, algo que no ocurre en otras culturas, el tiempo se cuantifica, se mide y se entiende como si se tratara de un bien material semejante al dinero. Todo se mide en “tiempo” y se traduce en “dinero”: nos pagan por meses o semanas trabajadas, las llamadas telefónicas, las estancias en hoteles los intereses de los préstamos.
[7] A este tipo de filiación los antropólogos la llaman filiación cognaticia. La filiación cognaticia es aquella que considera que tenemos una relación de parentesco ambas familias, la paterna y la materna.
¿Qué entendemos por Cultura?
Generalmente entendemos por “Cultura” (con mayúscula) un conjunto de conocimientos más o menos elevados, pero, de ningún modo entendemos que cultura sea cualquier tipo de conocimiento. Pensamos en un hombre “culto” y suponemos que es alguien que tiene conocimientos de literatura y ha leído “La Odisea” de Homero, “El Quijote” de Cervantes, “Hamlet” de Shakespeare y un montón de libros de otros grandes escritores, un hombre que sabe de historia y conoce la vida de sus antepasados, que sabe las hazañas y vicios de los reyes y los grandes generales que hicieron la historia de su país y de los países vecinos, que sabe de arte y es capaz de emocionarse frente al “Guernika” de Picasso o escuchando el “Tristan e Isolda” de Wagner, que conoce el estado de la ciencia de su tiempo y sabe enfrentarse a problemas clásicos de la filosofía, que se hace preguntas tales como ¿quiénes somos? o ¿a dónde vamos?. Pero no consideramos Cultura otros saberes, es más, hablamos de un pastor de ovejas del Pirineo como de un hombre “sin Cultura” que a penas sabe hacerse entender en castellano y que no sabe leer ni escribir y nunca ha oído hablar de Homero o Newton pero, sin embargo, que sabe como buscar un refugio las noches que el viento sopla del norte, que sabe interpretar las sutiles señales del tiempo para refugiarse en el valle antes de que llegue el temporal, que conoce a cada uno de sus animales y, es más, a cualquier animal y que, con la exclusiva ayuda de su navaja, y sin saber ni una palabra de ciencia de literatura o de filosofía, sería capaz de sobrevivir a expensas de la naturaleza todo lo que dura un largo invierno. A este hombre sin gustos refinados y que destacaría por su patanería en una reunión de hombres “cultos” lo ridiculizamos y le llamamos inculto, pero fuera de los límites de la ciudad, en el monte que nada sabe de arte, él sería más culto que el hombre de gustos refinados, él tendría el conocimiento más elevado de todos y, donde el intelectual erudito no vería más que amenazas e inclemencias, él reconocería la belleza y la sabiduría.
Podríamos hablar de una definición normativa de Cultura como sinónimo de “Educación”: la Cultura, desde esta perspectiva, sería aquel saber que las llamadas sociedades “civilizadas” seleccionan como “conocimientos elevados”. Estos conocimientos son, precisamente los que, en virtud de su importancia se enseñan en las escuelas e institutos de los países civilizados... la historia, la literatura, la ciencia, la filosofía, el arte. El resto, al que muchas veces nos referimos como “saber popular” se le tacha de vulgar y es ignorado en los planes oficiales.
Ahora bien tendremos que preguntarnos, ya que estamos contagiados por la curiosidad filosófica, ¿qué es lo que justifica que podamos hablar de “conocimiento vulgar” y “conocimiento elevado” o de “cultura” e “incultura” o incluso, de “Barbarie y civilización”[1]? ¿por qué un saber son más elevado que otro? Al respecto podemos ofrecer varias posibilidades:
A. La explicación tradicional.
Miremos la naturaleza de la llamada Cultura con C mayúscula (la cultura en su sentido normativo)... el arte, la literatura, o las matemáticas, por ejemplo. Desde muy temprano, ya en Grecia, los griegos consideraban que estos conocimientos eran diferentes al conocimiento del alfarero para fabricar vasijas o del campesino para arar la tierra. Estos últimos eran conocimientos prácticos, necesarios para sobrevivir; el campesino debía saber arar la tierra para obtener una buena cosecha y el alfarero fabricar vasijas donde conservar el aceite todo el invierno. Pero ni la literatura ni la filosofía parecen valer para nada en un sentido práctico; sin embargo los griegos tenían gran estima por los poetas que componían versos y los filósofos que hacían preguntas sin respuesta ¿por qué apreciar una cosa que no sirve para nada? Porque en realidad si que sirve. Los conocimientos como la agricultura o la caza cuidan del cuerpo. Sin alimento o abrigo no podríamos sobrevivir, pero el hombre no solamente necesita de alimentos y abrigo para ser feliz, para vivir como un hombre. Necesita alimentarse de la belleza y por eso el artista trata de crearla y necesita responder a las preguntas que lo acechan y por eso el filósofo se interroga noche tras noche buscando respuestas. Por tanto, tendremos que decir que hay una jerarquía en el orden de los conocimientos: los más bajos y vulgares serían aquellos que únicamente sirven para la mera supervivencia y los más altos y elevados son los que buscan una vivencia más allá de la supervivencia: la vivencia de la belleza, del bien, de la verdad... etc. También podríamos decir que unos son los saberes orientados al cultivo del cuerpo y los otros al cultivo del espíritu, del alma[2].
B. La explicación marxista.
Hay una explicación de la distinción entre saber elevado y saber vulgar acudiendo al pensamiento marxista. Según Marx en toda sociedad existen dos clases sociales enfrentadas: la clase social de los opresores y la clase social de los oprimidos. La diferencia entre unos y otros es evidente: una razón económica. La clase de los opresores está compuesta por los hombres que poseen los recursos económicos de la sociedad mientras que la clase de los oprimidos es la de los que no tienen sus propios recursos para la supervivencia y se ven obligados a trabajar para los demás si quieren subsistir. Pues bien, en esta división de clases hay que enmarcar también la diferencia entre “ cultura” y “saber popular”. El “saber elevado” o “Cultura” sería el tipo de conocimientos que pertenece a la clase privilegiada; es una clase ociosa que no invierte su tiempo en la supervivencia ya que es propietaria de los recursos económicos y, por tanto tienen tiempo que dedicar al teatro, a la literatura, a la filosofía o a la música. En cambio, el tipo de conocimientos que hace gala la clase obrera es del tipo de saberes prácticos orientados a la subsistencia y tradiciones vulgares. Los opresores, según los marxistas harán pasar sus tradiciones y entretenimientos por actividades realmente elevadas mientras que las tradiciones y fiestas populares serían expresión de vulgaridad y bajeza.
C. La explicación antropológica: la cultura.
Para los antropólogos no cabe la explicación según la cual se puede hablar de “cultura elevada” y “saber vulgar”. La antropología, del estudio de las diferentes sociedades, desde las más “desarrolladas” hasta las más “simples” llega a la conclusión que no podemos considerar como “cultura” a un conjunto especial de conocimientos, sino que “cultura” es todo el conjunto de conocimientos de que hace gala una sociedad concreta. No hay, verdaderamente, un criterio científico para considerar el tipo de conocimientos de intelectual universitario como más elevado que el conocimiento del pastor iletrado del Pirineo. El primero tendrá ventaja sobre el segundo al desenvolverse en el medio urbano pero, el segundo a su vez se desenvolverá mejor en el medio rural; considerar que es más elevado el medio urbano frente al rural no estaría justificado.
Uno de los padres de la antropología, el Ingles Edward Burnet Tylor definió la cultura en los siguientes términos: es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte moral, derecho, costumbres y cuales quiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en cuanto miembro de una sociedad. Otra definición que podemos tomar de referencia principal ya que, aunque apunta en el mismo sentido es más clara y completa, es la que ofrece el gran antropólogo Malinowski; según él, la cultura es el conjunto integral contituido por los utensilios y bienes de consumo, por el cuerpo de normas que rige los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, creencias y costumbres. Ya consideremos una muy simple y primitiva cultura o una extremedamente compleja y desarrollada, estaremos en presencia de un vasto aparato, en parte material, en parte humano y en parte espiritual, con el que el hombre es capaz de superar los concretos, específicos problemas que lo enfrentan[3].
Según esta definición de Malinowski, la cultura sería todo lo que constituye una sociedad dada. No puede darse una sociedad sin cultura ya que la cultura es precisamente lo que comparten los miembros de cada sociedad y que hace que permanezca cohesionada. Los elementos de la cultura se aprenden dentro de cada sociedad; son el conjunto de conocimientos, valores, normas de conducta... etc que aprendemos por el mero hecho de educarnos en una sociedad determinada. Podemos decir con A.Giddens que “cultura se refiere a los valores que comparten los miembros de un grupo dado, a las normas que acatan y a los bienes materiales que producen (...) cultura se refiere a los modos de vida de los miembros de una sociedad. Incluye el modo de vestir, sus costumbres matrimoniales y la vida familiar, sus modelos de trabajo, las ceremonias religiosas y sus pasatiempos...”[4]
Si en los temas anteriores enfrentábamos el estudio del ser humano desde un punto de vista biológico y buscamos aquellos rasgos biológicos que componen nuestra naturaleza, que heredamos de nuestros padres y que son absolutamente universales a la raza humana. Ahora vamos a enfrentar el estudio del ser humano desde las determinaciones que va adquiriendo a partir del día en que nace. Podemos decir que el día de nuestro nacimiento todos los seres humanos somos radicalmente iguales, pues en el nivel biológico no hay diferencias entre uno y otro. Pero ese mismo día empieza un proceso de aprendizaje en el que vamos adquiriendo nuevas pautas de conducta no determinadas genéticamente y de esta forma se va delimitando nuestra identidad. Todas estas cosas que aprendemos, lenguaje, normas de conducta, valores, ideas, modos de vestir, creencias... y que consideramos como “nuestras” constituyen en rigor nuestra “Herencia cultural”. Y si nuestra herencia biológica nos hacía iguales a todos los hombres, nuestra herencia cultural nos hace parecernos a algunos solamente, los que pertenecen a nuestra propia cultura, pero nos diferencia del resto.
2. De la evolución biológica a la evolución cultural.
En el tema anterior hemos mantenido que todos los seres vivos, y el hombre entre ellos, son producto de la selección natural. La cuestión es ¿cómo entender toda la complejidad de las distintas culturas humanas a partir del concepto de selección natural?.
En primer lugar hay que recordar que la selección natural actúa sobre el material genético, mas concretamente sobre los genes (porción de material genético responsable de un determinado rasgo o pauta de comportamiento). Recordamos que las mutaciones afectan al material genético produciendo variantes genéticas que ocasionalmente acarrean un aumento de la eficacia biológica (mayor capacidad para resistir enfermedades, para obtener alimento, para defender un espacio, etc.). Como consecuencia, al cabo de varias generaciones, la población considerada presenta un nuevo genotipo.
La selección natural puede actuar sobre genes responsables de la anatomía o fisiología de los individuos, o bien, sobre genes responsables de pautas de conducta. Estos genes propician lo que denominamos "conductas instintivas" que no son otra cosa que pautas de conducta determinadas biológicamente a través de los genes. La mayoría de las conductas animales son de este tipo: la construcción de telas de arana, de nidos, los rituales de apareamiento, etc.
Veamos un ejemplo de conducta instintiva modificada por la selección natural: en las Islas Galápagos existen iguanas que nadan y cazan peces. ¿Como es posible esta conducta si la iguana es una especie "pro gramada" para cazar en tierra?. En la población original de iguanas de las Islas Galápagos hubo, en un momento dado, un "error genético", apareció un nuevo individuo que desarrollaba una conducta "desviada" de la regla general: era capaz de nadar y conseguir alimento en el mar. Este individuo podía conseguir un suplemento muy importante de proteínas, su probabilidad de sobrevivir y reproducirse aumento muy significativamente y lo mismo ocurrió con sus descendientes. Al cabo del tiempo, la población de iguanas de las Islas Galápagos presentaba un nuevo genotipo: podían nadar y pescar.
Es importante señalar que aunque en el reino animal la mayoría de conductas son determinadas genéticamente, no todas lo son. Existen conductas no determinadas biológicamente: las conductas aprendidas. La conducta aprendida tiene una ventaja fundamental respecto a la conducta instintiva: es más flexible.
Por medio del aprendizaje pueden desarrollarse distintas respuestas en situaciones a su vez distintas mientras que la conducta instintiva es fija e inalterable. Por regla general la capacidad para aprender propicia una mayor eficacia biológica y por tanto mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse. Un ejemplo de conducta aprendida puede ser las que realizan las gaviotas cuando siguen a los barcos pesqueros o se dirigen a los basureros. Nada hay en su constitución biológica que explique tales conductas. Las gaviotas han aprendido nuevas pautas de conducta en su contacto con el hombre que les son beneficiosas y aumentan su probabilidad de supervivencia.
Es importante resaltar que la capacidad para aprender tiende a ser seleccionada porque asegura un mayor éxito reproductor, y esto sin modificar el genotipo de los individuos que desarrollan tal capacidad.
¿Como actúa entonces la selección natural si no es modificando el genotipo? Propiciando una base neurológica más potente, esto es, cerebros más grandes e inteligentes.
En principio, podemos hablar de cultura siempre que nos encontremos con un conjunto estructurado de pautas de comportamiento aprendidas. Si nos atenemos a esta definición propuesta ¿solo el hombre es capaz de desarrollar una cultura?. No. También los monos y los grandes simios tienen un repertorio de conductas aprendidas muy significativa.
En algunos casos, como el que sigue, los investigadores han llegado a observar la génesis de una cultura. Unos etólogos (científicos que estudian el comportamiento animal), estaban tratando de estudiar una población de monos japoneses. Para estudiarlos mejor se les intentaba sacar de la selva y traer a espacios abiertos. Los investigadores esparcieron por la arena de una playa boniatos para intentar atraerlos. A los monos les gustan los boniatos pero había un problema: los boniatos estaban rebozados en arena. Su instinto no les indicaba como solucionar el problema, así que comían los boniatos y la arena. Un día una hembra, particularmente activa e inteligente, realiza la siguiente conducta: traslada los boniatos rebozados hasta el interior de la selva, busca un arroyo de agua dulce, lava los boniatos y se los come. Al cabo de un tiempo, el 30% de los monos del grupo realizaba la misma conducta.
Hay que destacar que la nueva pauta de comportamiento no puede explicarse por evolución biológica. El grupo es igual, desde el punto de vista biológico, antes y después de realizar la conducta descrita.
Otro ejemplo de conducta no humana es la que tienen un grupo de chimpancés de Tanzania. Las termitas son un alimento muy apetecible pero para los chimpancés, presentan dos problemas: sus picaduras son dolorosas y sus refugios (termiteros) son prácticamente inexpugnables. Los chimpancés han inventado un curioso método de caza: cortan una ramita de un árbol, la deshojan, y la introducen por una hendidura del termitero; las termitas empiezan a subir por la ramita, antes de que lleguen al final (para evitar su picadura) los chimpances hacen un rápido movimiento y agarran el palo por el otro extreme arrastrando con la otra mano a las desconcertadas termitas dentro de su boca.
Este comportamiento lo aprenden los jóvenes chimpancés después de haber observado a sus mayores y de intentarlo repetidas veces. Además, no es un comportamiento propio de su especie, sino solo de este pequeño grupo. Forma parte de su cultura. Sin duda todas las culturas no humanas son muy rudimentarias, ¿por que?, por dos razones:
a) Falta de capacidad cerebral que impide, entre otras cosas, la adquisición de un lenguaje que posibilite la acumulación y transmisión de aprendizajes.
b) Configuración no apropiada de las extremidades superiores que aun son utilizadas para funciones locomotrices (desplazarse). Para desarrollar una cultura es necesario fabricar instrumentos y para esto es precise tener las manos libres, o sea, tener una posición bípeda.
El Homo sapiens sapiens cumple estos requisitos desde hace por lo menos cien mil años. Desde entonces hasta hoy prácticamente no ha habido evolución biológica alguna (de hecho el cerebro ha disminuido un poco). Es decir, la evolución biológica nada nos puede decir del camino que separa al hombre de las cavernas de la era espacial. Para comprender el tremendo cambio que ha sufrido la humanidad es preciso atender exclusivamente a la evolución cultural.
2.1.La agresividad humana.
La perspectiva etológica también nos sirve para plantearnos un tema clásico de la filosofía ¿somos agresivos por naturaleza? Quizás en la comparación con los animales encontremos las claves para plantear esta cuestión de forma más rigurosa. Veamos el siguiente texto de R. Leakey:
“Con este telón de fondo es ridículo decir que la guerra organizada equivale a la forma agresiva de mostrar los colmillos que tienen los papiones. Los jefes de estado que planean conflictos militares con otros países no tienen que ver con la agresión, sino con la política, y los individuos en el campo de batalla se parecen mas a los corderos que a los lobos. Claro que hay muerte cuerpo a cuerpo en una atmósfera cargada de emoción y de odio, pero pensemos en cuanto adoctrinamiento y cuanta despersonalización hay que desarrollar para llevar a los combatientes a ese estado de ánimo.
Hablando desde la perspectiva de un prehistoriador, Bernard Campbell dice: «La antropología nos enseña claramente que el hombre vivía siendo uno con la naturaleza hasta que, al principio de la agricultura, empezó a perturbar el ecosistema, perturbación a la que siguió una expansión de su población. No encontramos indicios de matanzas y guerras hasta que surgen las ciudades con templos (hacia el año 5000 a. de C). Este es un acontecimiento demasiado reciente para que haya tenido alguna influencia en la evolución de la naturaleza humana... El hombre no esta programado para matar y hacer la guerra, ni siquiera para cazar: su habilidad para hacerlo la adquiere aprendiendo de sus mayores y sus iguales cuando su sociedad lo exige.» Parece irónico que la capacidad para la cultura, compartida por igual por todos los pueblos del mundo, pueda ser el instrumento que también levanta barreras entre ellos. A lo largo de la historia, muchas veces las creencias religiosas y las ideologías diferentes han sido causa de odio y de conflicto.
Pero lo más irónico de todo es el efecto divisorio del lenguaje. Ningún otro ser vivo posee la capacidad que tiene el hombre para el lenguaje hablado, y este es la base sobre la que se construye la cultura. Sin lenguaje resultarían imposibles los sistemas sociales complejos y la tecnología sofisticada. Se trata de una capacidad que, por una parte, agrupa a la gente, pero, por otra, la divide en grupos diferentes, tanto a causa de su artefacto principal, la cultura, como porque la gran diversidad de lenguajes humanos levanta barreras a la comunicación entre grupos.
Creo que la naturaleza del hombre es más compleja de lo que suele suponerse. No arrastramos la carga de un pasado más primitivo y salvaje: los seres humanos no son «monos asesinos, como se ha sugerido. Tampoco somos personas innatamente pacíficas. La selección natural nos ha equipado con una flexibilidad para el comportamiento que es completamente desconocida en el mundo de los animales. Sin duda, somos seres muy sociables y, si no hubiera otros individuos con los que interactuar, no seriamos humanos. Durante varios millones de años, nuestros antepasados llevaron un tipo de vida, la caza y la recolección, que exigía un grado de cooperación no desarrollado por otros primates. Tan erróneo seria decir que los hombres son cooperativos de manera innata como decir que somos innatamente agresivos. De manera innata no somos nada. Los seres humanos son animales culturales, y cada uno de nosotros es consecuencia de su propio contexto cultural particular”.
En conclusión: la guerra es un rasgo cultural que surge en el neolítico, cuando la acumulación de bienes (cereales , ganado etc) hace rentable la agresión organizada. Desde la perspectiva biológica lo que cabe destacar es básicamente lo contrario: podemos observar en el mundo animal que cuando un conflicto aparece, “la sangre no llega al río”, esto es por lo que los etólogos han denominado “señales de apaciguamiento” por parte del vencido que calman la cólera del vencedor. Las armas (incluso las primitivas) hacen que el combate se desarrolle a tal velocidad que las señales de apaciguamiento pierden eficacia. Pero sobre todo es la enculturación y el lenguaje lo que nos hace ver al “otro” como no-humano, una bestia contra la cual todo está permitido. La parte positiva es que todo lo cultural puede cambiarse
3. Los “Universales culturales”.
Hemos dicho que la cultura desde un punto de vista antropológico (que es como lo vamos a entender de aquí en adelante) está formado por un conjunto de conocimientos, actividades y conductas que los seres humanos aprendemos socialmente. Ahora bien, ¿cuáles con estos conocimientos y actividades? ¿Son las mismas para todos’? La respuesta a esta segunda pregunta es evidentemente negativa; en cuanto echamos un vistazo a las diferentes sociedades humanas nos damos cuenta que éstas tienen culturas completamente diferentes. Si en un lugar visten de una forma, en otro lugar visten de otra; si en un sitio hablan una lengua, en otro el idioma es completamente diferente; si una se cree en unos dioses en otras sociedades se alaba a otras deidades, incluso a veces nos parece que por el hecho de pertenecer a una cultura diferente a la nuestra estas personas piensan de modo diferente y nos cuesta saber por dónde cogerlos.
Esto no quiere decir, sin embargo que los seres humanos vivamos en universos separados. Hay una serie de elementos que compartimos todas las culturas aunque en cada una de ellas tengan una forma diferente. Por ejemplo, todas las culturas hablamos una lengua o organizamos la sociedad en torno a unas estructuras familiares y todas las culturas organizan el mundo del trabajo y reparten las distintas tareas entre sus individuos. Es verdad que cada cultura hace estas cosas de forma diferente pero lo cierto es que todas lo hacen. Por esta razón la antropología cultural ha creído posible encontrar una serie de elementos estructurales que nos hacen a todos los seres humanos iguales, unas formas de ser al fin y al cabo humanas. A estas estructuras las ha llamado “Universales culturales” o “elementos de la cultura”.
Podríamos hablar de seis grandes universales culturales: El lenguaje, las instituciones sociales, las ideas y valores , la técnica, la religión y el arte.
A. El lenguaje.
Ya hemos estudiado el lenguaje humano como una capacidad, la capacidad simbólica. Vimos de qué forma el lenguaje humano aventaja a los sistemas de comunicación animales y cómo el ser humano puede se llamado el Animal simbólico por ser el único capaz de crear sus propios símbolos. Pues bien ahora vamos a estudiar el lenguaje desde otra perspectiva, desde la perspectiva cultural. En este sentido, si echamos un vistazo a las diferentes sociedades nos daremos cuenta de un hecho evidente: todos hablamos, si, pero todos hablamos diferente; cada pueblo, cada sociedad tiene un idioma diferente a los demás, incluso en zonas geográficas muy pequeñas.
No vamos a entrar a preguntarnos por qué los seres humanos tenemos diferentes lenguas, hecho que explicaban muy bien los babilonios con el mito del la Torre de Babel. Entrar a discutir este problema sería un asunto de la antropología lingüística y no es algo que nos compete hacer aquí. Sin embargo si vamos a analizar cuál es el resultado de este hecho, cuáles son las consecuencias de que tengamos diferentes lenguas.
Y la consecuencia fundamental es clara también: el hecho de que las distintas sociedades tengan distintas lenguas dificulta la comprensión entre unos y otros. Ahora bien, ¿esta dificultad se queda únicamente aquí o va mucho más allá? Lo cierto es que no faltan investigadores que defienden que la lengua tiene un alcance mayor que el de la mera comunicación entre los hombres. Para los Lingüistas Sapir Y Worf una lengua no es sólo un sistema de comunicación sino que es el modo específico de cómo los seres humanos comprendemos el mundo en el que vivimos; la lengua, cada lengua lleva aparejada consigo misma una interpretación del mundo. Si esto es así, según la idea de Sapir y Worf la consecuencia sería que distintas culturas tienen distintas formas de comprender e interpretar el mundo. Y, por tanto, la existencia de diferentes lenguas iría más allá que las dificultades de comunicación; muchas veces la incomunicación entre culturas sería cuestión de perspectiva: cada una tiene un modo de comprender la realidad.
Pero tratemos de comprender más profundamente la tesis de estos dos investigadores. Sapir y Worf eran respectivamente un lingüista y un antropólogo. Sus análisis comparativos de las diferencias de léxico entre lenguas pertenecientes a culturas diferentes les llevó a formular la hipótesis de que nuestra visión del mundo depende de la estructura de la lengua que hablamos. Para Sapir y Worf, el lenguaje determina de una manera total nuestra percepción del mundo, y por tanto nuestro pensamiento.
Pensamos como hemos dicho a través innumerables conceptos. Pero estos conceptos no nos los inventamos sino que los aprendemos cuando aprendemos la lengua de la cultura a la que pertenecemos; los conceptos van fijados en las palabras que componen el vocabulario de una lengua. Estos conceptos nos valen para pensar y clasificar el mundo. Puesto que la red de nuestros conceptos está fijada en la lengua, aprender una lengua es aprender una manera de clasificar y ordenar el universo; es decir, que cada lengua lleva aparejada consigo una manera de ver el mundo, una cosmovisión.
La consecuencia de esto es clara: personas que pertenecen a culturas distintas y que, por tanto, aprenden diferentes lenguas, ven el mundo de modos diferentes. El ejemplo[5] clásico propuesto por Sapir y Worf es el lenguaje de los esquimales:
Los esquimales poseen más de veinte palabras para referirse a los distintos estados de la nieve y sus distintos tipos, pero no tienen una palabra genérica para la nieve; esto puede querer decir que donde nosotros no vemos sino variaciones de una misma realidad, los esquimales ven distintas realidades. Para comprender esto podemos hacer un pequeño experimento: tratemos de imaginar en nuestra cabeza distintos paisajes: una playa de arena, una playa de lodo, una playa de barro una playa de tierra... en cada caso nuestra imaginación nos lleva por situaciones completamente diferentes. Sin embargo imaginemos ahora... una montaña nevada, una montaña de nieve virgen, una montaña de nieve en polvo. En estos casos la imagen que hemos evocado en nuestra imaginación es la misma, ¿qué ocurre? En castellano tenemos muchos conceptos para hablar de “tierra” siendo la misma substancia. Esto nos permite tener una interpretación rica y llena de matices acerca de paisajes del tipo de la playa. Sin embargo, clasificamos a la nieve en un único concepto, lo que nos hace ver esta substancia como una realidad única. Pues algo similar debe pasarle a los esquimales pero en sentido contrario; contemplando un paisaje ártico los esquimales deben percibir un sinfín de matices mientras que nosotros sólo apreciamos un paisaje monótono nevado. Lo que significa que el lenguaje determina decisivamente nuestra percepción del mundo y, por lo tanto nuestra interpretación del mismo.
¿Qué consecuencias debemos sacar de esta idea? Pues podemos obtener muchas conclusiones. Vamos a destacar algunas:
- Dependencia de la persona a la cultura: esta idea es una teoría que utilizamos de forma inconsciente. Muchas veces decimos “los ingleses son...” o “los americanos siempre piensan...” generalizamos una forma de ser o una forma de pensar a toda una sociedad casi suponiendo que el hecho de pertenecer a una sociedad u otra marca ya mi manera de pensar y de actuar. Pues bien, según la tesis de Sapir y Worf algo de cierto hay en esto. Como hemos visto, defienden que el lenguaje prefigura mi forma de pensar, luego si tengo un lenguaje y no otro tenderé a pensar de una forma y no de otra[6].
La consecuencia es clara para esto: mucho de lo que pienso que en realidad es un rasgo individual y personal mío no es más que un hecho cultural: la cultura y fundamentalmente el lenguaje marca mi forma de ser determinantemente.
- Incomunicación entre culturas: tal vez la consecuencia más cruda de esta tesis es que de ella se desprende una cierta “incomunicación” entre culturas diferentes culturas tienen una interpretación radicalmente diferente de ver el mundo no es de extrañar que no puedan ponerse de acuerdo. Desde el punto de vista de Sapir y Worf no existe la posibilidad de traducción entre lenguas, por lo menos una traducción “fiable”. Pongamos un ejemplo: ¿cómo traduciríamos un poema esquimal dedicado a la nieve en el que se usaran esos más de veinte conceptos para referirnos a ella? Tendríamos que usar siempre la misma palabra “nieve” y el sentido, significado y belleza del poema se desvanecería en la traducción.
Contra Sapir y Worf: La gramática universal de Chomsky
La teoría de Chomsky coincide con la de Sapir y Worf en considerar que el lenguaje determina nuestro pensamiento y nuestra concepción del mundo al fin y al cabo. Sin embargo contradice a éstos en que considera que hay unas estructuras universales innatas del lenguaje que no dependen de una cultura u otra sino que las tenemos todos los seres humanos exactamente iguales. Chomsky, estudiando cómo se genera el lenguaje en los niños se dio cuenta que en todas las culturas hay una serie de elementos semejantes.
La idea de Chomsky es que sólo una parte del lenguaje es aprendido y por tanto sólo una parte pertenece a la especificidad de cada cultura, pero hay otra parte, precisamente la más importante viene determinada biológicamente en el hombre o, si se quiere, es innata.
Para Chomsky cualquier expresión del lenguaje tiene dos niveles: un nivel superficial que puede parecer completamente diferente en todas las lenguas pero luego hay un nivel profundo que es igual en todas las culturas. Esta estructura profunda que sería precisamente la parte innata del lenguaje es lo que permite que los niños aprendan a hablar a muy temprana edad y permite también que puedan traducirse unas lenguas a otras (y por tanto que haya un verdadero diálogo entre culturas diferentes).
B. Las instituciones
Las instituciones son los modelos de comportamiento de los miembros de una sociedad que están regulados por normas. Por ejemplo una institución puede ser “El gobierno” de una sociedad; gobernar es una actividad que está regulada por unas normas, no puede gobernar cualquiera ni hacerlo como se le antoje, está sometido a una serie de pasos y pautas para realizar esta actividad. No debemos entender que las instituciones son únicamente los modos de relaciones sociales que están reguladas por leyes escritas en algún código de leyes; las instituciones son todas aquellas formas que tenemos de relacionarnos y de comportarnos que están marcadas por normas de cualquier tipo: por ejemplo normas y prohibiciones inconscientes o normas aceptadas por todos los miembros de una comunidad pero que no están escritas en ningún lugar, simplemente se aceptan.
Una de las instituciones más importantes de una sociedad, por ejemplo, es la familia; las familias en cada sociedad se organizan de un determinado modo aunque no haya normas que digan que debe ser así. Otras instituciones pueden ser las relaciones laborales, las relaciones interpersonales (amistad, amor...) y también, claro, las instituciones reguladas por leyes escritas: la forma de organización política, las formas de organizar la educación... etc.
¿qué significa que las instituciones (las pautas de comportamiento reguladas) sean un universal cultural? Pues que estos modos de comportamiento están presentes en todas las culturas, aunque no del mismo modo. Todas las culturas establecen ciertas reglas de parentesco familiar, amistoso... todas las culturas tienen unas normas de relación laboral o unas normas para regular el gobierno... etc.
La institución familiar
Aquí no podemos hacer un análisis exhaustivo de ninguna de estas instituciones, únicamente vamos a centrarnos en tratar de explicar algunas diferencias entre, por ejemplo, la institución familiar (normas sobre el parentesco) en diferentes culturas.
Pues bien, en todas las sociedades hay reglas familiares que determinan las relaciones sexuales permitidas, la cría de los hijos, la herencia y los deberes y privilegios de cada miembro dentro de una familia. Y hay que tener en cuenta que las reglas varían mucho de una sociedad a otra; esta es la razón de que muchas veces los europeos han considerado a otras culturas como culturas auténticamente aberrantes ya que rompían con muchas de las reglas sobre las relaciones familiares impuestas en las familias europeas.
Por ejemplo las reglas de filiación varían mucho de una cultura a otra. La filiación sería el grado de parentesco familiar que existe entre los miembros e una familia. Por ejemplo, en nuestra sociedad la filiación es, por llamarlo así, sanguínea; nuestros parientes más cercanos son nuestros hermanos, después nuestros abuelos, luego nuestros primos y tíos... etc. Casi ateniéndonos a estas reglas establecemos nuestras relaciones personales con ellos. Sin embargo en diferentes culturas se entienden estas relaciones de modos distintos. Por ejemplo, nosotros consideramos que son parientes nuestros tanto la familia paterna como la familia materna[7]. En algunas familias se restringen los lazos familiares bien a la línea materna (sociedades matriarcales) o bien a la línea paterna (sociedades patriarcales) de tal forma que si perteneciésemos a una sociedad matriarcal, nuestros abuelos, primos y tíos por parte de padre no serían considerados como miembros de nuestra familia sino como “extraños”. Las relaciones entre nosotros y nuestros familiares, por tanto, están determinadas por nuestra herencia cultural, no es un hecho natural.
C. Las ideas y los valores.
Las actitudes que tenemos hacia las cosas las expresamos por medio de valores. Los valores nos permiten comportarnos de forma coherente, siguiendo ciertas normas. Una norma es una regla que nos indica cómo actuar en determinadas situaciones, de acuerdo con unos valores. Si careciéramos de valores no podríamos establecer normas, y sin éstas no seríamos capaces de organizar con sentido nuestras acciones.
Utilizamos valores de muy diferentes tipos: corporales (fuerte, sano, débil...); sensoriales (placer y dolor); estéticos (bello, feo); legales (legal e ilegal); cognoscitivos (verdadero y falso) y, fundamentalmente, morales (bondad, justicia, virtud, solidaridad, tolerancia, dignidad, igualdad, libertad...).
Los valores también tienen un marcado origen cultural. Casi siempre tendemos a pensar en que los valores son o bien de carácter personal o de carácter natural. Es decir:
· Desde una consideración natural tendemos a suponer que tenemos ciertos valores, por ejemplo sobre la libertad, la justicia, la verdad porque es natural que los tengamos. Creemos en la justicia porque creemos que hay hechos justos independientemente de lo que yo piense o creemos en la verdad porque hay una distinción absoluta entre verdad y mentira.
· Desde una consideración personal, entendemos los valores como una conquista personal: yo he llegado a la convicción de que “la justicia bebe ser esto o aquello”, de que “la amistad consiste en comportarse de tal modo con mis amigos... etc”.
En cualquiera de estas dos opciones pasamos por alto la cuestión cultural. El hecho es que cada cultura entiende por un valor un significado determinado que tal vez en otra cultura se entienda otra cosa. Y, también, cada cultura establece una distinta jerarquía de valores.
Es quizá aquí donde las fronteras entre antropología, filosofía y ética son más difusas. ¿Existen valores superiores a otros? ¿O todo es relativo? Por ejemplo: en los países occidentales estimamos que la igualdad entre hombre y mujer es un valor, pero es evidente que en la mayoría de las culturas la función social y los derechos de hombres y mujeres son muy diferentes. ¿Qué debemos hacer? ¿respetar las peculiaridades propias de cada cultura? ¿propiciar y favorecer la igualdad en todo el mundo?
Un término medio entre el etnocentrismo ( creencia de que nuestros valores y pautas de conducta son normales y bellos y que los otros, por el mero hecho de ser diferentes, son anomalías aberrantes) y el relativismo de los valores podría ser considerar la declaración universal de los derechos humanos como “el mínimo común denominador”; un conjunto reducido de valores universales que deberían ser respetados por todas las sociedades pues expresan los deseos y anhelos de la humanidad entera. Así deberíamos respetar aquellos valores y tradiciones que, siendo diferentes a los nuestros, no vulneren los derechos humanos y, por el contrario, perseguir y denunciar aquellas prácticas y costumbres que atenten contra los mismos.
D. La técnica.
Otro de los universales culturales que ha identificado la antropología es la técnica. La técnica podemos definirla como el conjunto de procedimientos mediante los cuales el ser humano transforma el medio natural que le rodea haciéndolo más habitable.
La técnica es un hecho universal en el ser humano; podemos decir, incluso que el hombre antes que animal racional, homo sapiens, debe ser considerado un animal técnico, un homo faber. El ser humano es un animal especial; podríamos decir (salvo excepciones contadas y muy básicas) que el ser humano no se adapta al medio ambiente que le rodea, sino que adapta este medio a sí mismo. Cabría suponer, por ejemplo que ante un medio ambiente hostil una especie inadaptada o pereciese por completo o desarrollase adaptaciones que le permitiesen sobrevivir (por ejemplo una espesa piel en un medio ambiente gélido). En el caso del ser humano esto no ocurre; el ser humano construye su propio ambiente artificial hecho a su medida (frente a ambientes gélidos construye viviendas con calefacción. son las maneras que una cultura tiene para producir su cultura material). Por ello muchos antropólogos hacen hincapié en que el ser humano no vive en la Naturaleza, como el resto de las especies, sino que se ha construido una segunda naturaleza y sólo en ella puede subsistir. No en vano el principal criterio para determinar si los restos de algún antepasado nuestro pertenecen a nuestro género Homo es determinar si aparecen asociados a algún tipo de utillaje.
E. La Religión.
Todas las culturas tienen algún tipo de creencia religiosa, y practican algún tipo de rito o ceremonia asociada a dicha creencia. Ahora bien la diversidad es tal que es sumamente complejo destacar algunas características comunes a todas ellas.
Dos grandes teorías clásicas enfrentan el fenómeno religioso:
Según la fenomenología de la religión (Rudolf Otto y Max Müler) la religión tiene un origen específico: la admiración, el asombro que paraliza ante lo maravilloso, misterioso o terrorífico. Se trataría del mismo sentimiento que origina la filosofía y la ciencia pero canalizado de forma diferente. La característica fundamental de la religión sería la trascendencia: la religión intenta “ir más allá” de los hechos, alcanzar una comprensión global y hacerse con el “sentido de la vida”. Como todos los humanos participamos de tal aspiración, no es de extrañar que la religión sea un universal cultural.
Por otra parte la sociología de la religión (Durkheim y Levi Strauss) objeta estos orígenes y subraya la dimensión objetivante y normalizante que poseen las religiones en situaciones límite tales como el nacimiento, la muerte, la menstruación, el matrimonio etc. Afirman que lo importante no es el origen sino la función. Toda sociedad necesita de ritos y ceremonias, especialmente en momentos señalados, y la religión da satisfacción a tal necesidad. No es preciso suponer la existencia de ningún ser trascendente, ni siquiera de un sentimiento de trascendencia, para justificar el fenómeno religioso. Las ceremonias no serían una representación de un sentimiento más profundo, sino la esencia de la religión.
F. El Arte.
Se ha señalado muchas veces que el ser humano es un ser creativo, un animal que no se conforma con utilizar lo que encuentra a su alrededor, sino que lo transforma, lo adapta y lo utiliza para crear nuevas cosas. Así, por ejemplo, hacer muescas en una piedra, afilar la punta a una rama de árbol, o utilizar la piel de un animal muerto para taparse, son casos de sobra conocidos de la incipiente creatividad humana. El ser humano no se ha conformado con vivir en un ámbito natural que ponga a su disposición lo que necesita para sobrevivir, sino que ha creado todo un universo cultural de objetos, utensilios, instituciones, ritos, creencias, etc.
Pues bien, el arte formo muy pronto parte importante de ese mundo cultural que caracteriza al ser humano. Nuestros antepasados no se limitaron a crear instrumentos que les sirvieran para algo, sin mas, sino que pintaron las paredes de sus cuevas, adornaron sus cuerpos con ornamentos de todo tipo, decoraron sus vasijas de barro... y continuando este proceso nos encontramos con la construcción de pirámides, de totems, de catedrales, con Las Meninas, la opera, o el museo Guggenheim.
Quizás hemos ido demasiado deprisa desde las pinturas paleolíticas al museo Guggenheim; evidentemente hay una distancia considerable entre ambas cosas, pero salvando esta distancia podemos encontrar en cosas tan dispares elementos comunes: la necesidad humana de crear cosas que vayan mas allá de la satisfacción de necesidades primarias, cierto sentido y capacidades estéticas tanto para crear como para apreciar los objetos artísticos, cierta necesidad de trascender el momento presente e inmortalizarse, quedar para la posteridad, etc.
Todas estas son cosas que nos caracterizan como seres humanos, y que solo en algún caso y en un sentido muy rudimentario podríamos observar en algunos animales. Por ejemplo, se han hecho estudios con chimpancés que han mostrado que con un entrenamiento adecuado pueden desarrollar ciertas habilidades artísticas y aprender ciertas reglas de transformación simbólica; pueden hacer dibujos y reconocer lo que ellos representan; muestran también cierto sentido estético al intentar copiar con exactitud los dibujos, distribuirlos de determinada forma o dibujar en el centra de la hoja. No obstante, ocurre aquí como con su capacidad para el lenguaje, que se logra solo en un nivel muy rudimentario. Por ello, podemos llegar a la conclusión de que si bien los rudimentos del arte pueden encontrarse en nuestra herencia primate, solo el Homo Sapiens puede ser calificado con justicia como animal artístico.
4. Teorías de la cultura.
Hay un problema de primer orden que tenemos que tratar de comprender: ¿cómo explicar la diversidad cultural? ¿Por qué tenemos diferentes culturas y no más bien una única?; y sobretodo ¿Existen culturas superiores o civilizadas y otras inferiores o bárbaras? y si es así ¿Qué criterio habría que utilizar para distinguir unas de otras? . Examinemos algunas de las principales teorías que han pretendido responder a estas cuestiones: la teoría ilustrada, el relativismo cultural y el materialismo cultural.
A. Teoría de la Ilustración.
Durante el siglo XVIII, en el período histórico denominado con el término Ilustración, se desarrollaron varios intentos sistemáticos de explicación de las diversidades culturales. La idea del progreso dominaba generalmente las distintas teorías, de tal manera que se entendía que las diferencias entre las diversas culturas obedecían a las diferentes fases en las que se encontraban. Pero vayamos por partes. ¿Qué entendían los ilustrados( Locke, Voltaire, Montesquieu, Kant etc) por progreso? Ellos tenían el convencimiento de que el presente es mejor que el pasado y el futuro nos deparará una vida mejor. La Ilustración es un movimiento que reacciona contra el pasado: las Luces son el símbolo de la Razón que se impone a la oscuridad, la ignorancia y la superstición. A pesar de todo no son tan modernos y rupturistas como ellos mismos suponen: la idea laica de Progreso procede de la idea de tiempo propia del cristianismo. Los cristianos representan el tiempo mediante una línea, al principio está la Creación en el medio el advenimiento del Mesías y finalmente el Juicio Final. Esta representación se nos hace tan familiar que nos cuesta trabajo comprender otros esquemas alternativos. Los antiguos griegos o los budistas entendían que una representación circular refleja mejor la verdadera naturaleza del tiempo (igual que el ciclo de las estaciones). Sea como fuere es preciso comprender que estamos frente a esquemas mitológicos y no ante una descripción objetiva de la realidad. Pero reconstruyamos la cadena de acontecimientos: primero los judíos y después los cristianos concibieron el tiempo de manera lineal; los ilustrados interpretaron el esquema lineal conforme a la idea de progreso; pensaron que las sociedades y las culturas evolucionaban hacia algo mejor y, finalmente, interpretaron las diferencias entre culturas obedecían a las distintas fases en las que se encontraban.
Ya en el siglo XIX, el padre del positivismo, Augusto Comte explicaba la historia señalando que existía una evolución en la que se atravesaba por diferentes etapas. Esta evolución ascendente la expresó con su conocida ley de los tres estadios: los tres grandes estadios por los que pasan las sociedades humanas son los siguientes: la etapa teológica, la metafísica y la positiva. En cada una de estas tres grandes etapas evolutivas se progresa respecto de la anterior, alcanzando un nivel superior de realización de los seres humanos y de la sociedad. en el estadio teológico, se explican los acontecimientos y los seres de la naturaleza en referencia a los seres y fuerzas sobrenaturales, que aparecen como la causa última de la realidad. En el estadio metafísico, las causas de los fenómenos no son ya seres sobrenaturales, sino ideas abstractas pero metafísicas, sin tomar en cuenta los hechos; este sería el momento, por ejemplo de la teología cristiana: se explica la naturaleza con referencia a ideas abstractas (la idea de un ser supremo, por ejemplo). En el estadio positivo, los seres humanos abandonan las pretensiones metafísicas y teológicas, y buscan el dominio de la observación y la explicación teniendo en cuenta los hechos, con el objeto de adquirir conocimientos empíricos que puedan ser comprobados mediante la experiencia. Por ello, esta etapa se caracteriza por la búsqueda de las relaciones entre los hechos, a partir de la observación y la medición, buscando las leyes que operan en dichas relaciones.
¿Cómo interpretar la existencia de diferentes culturas dentro de esta corriente? Muy fácil, habría que decir que no todas las culturas se encuentran en el mismo grado de evolución dentro de esta escala. Por ejemplo, las tribus amazónicas estarían dentro del primer estadio, las civilizaciones orientales (china o hindú) estarían en el segundo estadio, mientras que las modernas sociedades occidentales estarían ya en el último estadio. Sin embargo cabría suponer que existirá un momento en la historia en que todas las sociedades sean iguales, no existan diferentes culturas pues todas habrán alcanzado el máximo grado de evolución.
La idea del progreso fue criticada duramente por el filósofo Jean Jacques Rousseau, contemporáneo de los ilustrados franceses. Desde su perspectiva, el optimismo histórico de los ilustrados era erróneo. Las artes y las ciencias no sólo no han traído el progreso de la humanidad, sino que han producido su corrupción. Para Rousseau la naturaleza del hombre es básicamente bondadosa, generosa, valiente... sin embargo las sociedades consideradas “cultas” y “refinadas” lo que hacen es fomentar en él la mezquindad, la avaricia el egoísmo, la cobardía.
También ha habido una dura crítica de la idea del progreso por parte de filósofos contemporáneos. Los ilustrados, de donde surgen las ideas evolucionistas, consideraban que el hombre, y en especial la sociedad occidental (a la que deberían seguir tarde o temprano las demás sociedades), progresaba en sentido positivo y lograría finalmente la plena libertad, racionalidad e igualdad. Sin embargo ¿dónde desembocó este progreso tecnológico, industrial y racional de Europa? En las dos grandes guerras mundiales a comienzos del siglo XX y, en especial en la segunda guerra mundial en la que, en nombre de la racionalidad europea y de la supremacía de la cultura europea (llamémosla “aria”) se exterminó de forma “racional” e “industrial” a millones de personas. Por ello, el optimismo histórico de la Ilustración no es compartido por muchos de los filósofos del siglo XX. Un caso ejemplar puede ser Heidegger, para quien la historia de la civilización occidental no es la historia de un progreso, sino la historia de una ocultación progresiva de la condición humana, que acaba reducida a pura mercancía y como tal tratada en la moderna sociedad tecnológica contemporánea. También podemos mencionar a los filósofos marxistas de la escuela de Frankfurt;
B. El relativismo cultural
El particularismo histórico, desarrollado por F. Boas y sus discípulos en las primeras décadas del siglo xx, se opone a la concepción de la historia de las culturas como un proceso evolutivo en el que hay culturas superiores, más evolucionadas, y culturas inferiores, menos evolucionadas. Para Boas, cada cultura tiene una historia y un conjunto de rasgos específicos que la hacen incomparable con cualquier otra. Por ello, no puede haber una ciencia sobre la cultura que pretenda llegar a un conocimiento universal y globalizador sobre todas las culturas. No existe un proceso único en el que todas las poblaciones van evolucionando hacia una cultura y una lengua superior. Cada cultura es única y tiene una historia propia, no es posible diferenciar culturas superiores o inferiores. Cada una tiene su propia particularidad. Esta perspectiva teórica recibe el nombre de relativismo cultural. Para los relativistas culturales, es necesario estudiar la complejidad de las culturas primitivas, en las que se observan rasgos propios y particulares, muchas veces subestimados desde el análisis de los investigadores europeos.
La perspectiva relativista choca con la postura etnocentrista que favoreció el colonialismo europeo por todo el mundo durante el siglo XIX. La superioridad de la cultura europea, e incluso de la raza europea, fueron argumentos que ocultaban algo mucho más simple: la superioridad tecnológica y armamentística de los europeos, que permitió el colonialismo y la explotación de aquellos pueblos incapaces de defenderse ante una industria militar más sofisticada. Hoy en día, la evolución de muchos de aquellos países, como la potencia económica, tecnológica y comercial de Japón, ponen de relieve el carácter arbitrario de dichas teorías. Las teorías racistas no tienen, por lo tanto, un apoyo científico y responden a una interpretación errónea de la evolución histórica. Se basan en un concepto, el de raza, que no permite explicar la diversidad y la evolución de la especie humana.
Pero, por otro lado, asumir por completo las tesis de F Boas nos llevaría al relativismo moral. Si todas las culturas son iguales ¿Por qué hemos de juzgar hechos o conductas que estimamos inmorales? ¿Acaso no existen unos valores de carácter universal conformes a una razón también universal? Es decir, si todos los humanos somos seres racionales ¿no es razonable suponer que compartimos algunos valores de carácter general tales como la libertad, la igualdad o la dignidad?
C. El materialismo cultural
El materialismo cultural es una corriente antropológica que nace a partir de los trabajos de Marvin Harris. Lo peculiar de la nueva perspectiva es que abandona la pretensión valorativa. No se trata de valorar si una cultura es mejor o superior a otra sino de comprender. La perspectiva específica del materialismo cultural es el estudio de las diferencias y semejanzas en el pensamiento y en la conducta de los grupos humanos. Intenta buscar explicaciones causales de dichas semejanzas y diferencias a partir del estudio de las limitaciones materiales a que está sometida la experiencia humana. Estas condiciones proceden de las dificultades derivadas de las limitaciones establecidas por el medio ambiente. Se trata de las necesidades derivadas de la producción de alimentos, útiles, máquinas, abrigo. Si dos culturas diferentes comparten algunos rasgos comunes será por alguna semejanza en las condiciones materiales de la vida que dan cuenta de tal semejanza. Si, por el contrario, dos culturas adoptan soluciones radicalmente diferentes ante un problema similar, habrá que buscar, de nuevo, una explicación en las condiciones objetivas que explique la divergencia. Por ejemplo: tanto los musulmanes como los judíos son porcofóbicos (no comen carne de cerdo) ¿Por qué? Marvin Harris busca la explicación partiendo de las semejanzas entre los entornos ecológicos donde se desarrollan ambas culturas. Por el contrario los hindúes comen carne de cerdo pero consideran sagradas a las vacas ¿Por qué?
Frente a estas condiciones materiales, están aquellas otras derivadas de las ideas, los valores, la religión o el arte. Aunque los valores morales, las creencias religiosas y las experiencias artísticas constituyen algunas de las más altas vivencias humanas de cada individuo y cada grupo, el materialismo cultural pretende, con base en las condiciones materiales de la existencia, explicar las variaciones en dichos aspectos entre determinados grupos y sociedades. Es decir la respuesta ideológica nunca es la última palabra. Así decir que los hindúes no comen carne de vaca por que su religión se lo prohibe es no explicar nada ¿Por qué el hinduismo considera a la vaca un animal sagrado? Esa es la cuestión. Y la respuesta ha de tener el cuenta el modo de vida de los hindúes ¿cómo viven? ¿en qué trabajan? ¿qué comen? etc.
El materialismo cultural es el resultado de aplicar las tesis marxistas del materialismo histórico al estudio de las culturas. Fue Marx el primero en distinguir entre infraestructura (la base económica) y superestructura (las ideas, valores, ideología, religión etc) y afirmar que la primera condiciona a la segunda. Marvin Harris se considera heredero de esta tradición e intenta comprender y explicar la diversidad cultural desde esta perspectiva.
Notas:
[1] Este choque entre bárbaros o salvajes (los que carecen de una cultura elevada) y civilización (los que tenemos gustos y conocimientos refinados), es tan antigua como la historia misma de Occidente; de hecho, los occidentales nacimos ya, en Grecia, distinguiéndonos como mejores y más elevados respecto de los que eran diferentes a nosotros. Los griegos y los romanos, hablaban de “bárbaros” para referirse a los pueblos que no formaban parte de los límites del imperio, y consideraban que sus costumbres , dioses y pensamientos eran vulgares y decadentes. Los europeos modernos, a partir del descubrimiento de América distinguieron entre Salvajes (los pueblos indígenas de America, Asia y Africa) y los modernos europeos civilizados. Consideraban que los pueblos americanos o africanos eran pueblos subdesarrollados, con costumbres arcaicas, vulgares y decadentes. Y fue precisamente en nombre de esta idea que se les masacró y mutiló sus tradiciones, religiones, lengua y saberes: había que llevar la cultura y la civilización a esos salvajes que creían en dioses paganos monstruosos y que tenían costumbres aberrantes; culturas preciosas perecieron bajo esta idea “bárbara” europea.
[2] Esta consideración de la cultura sólo tiene sentido, por tanto, en una interpretación dualista del ser humano. Es la interpretación de la cultura desde los griegos hasta prácticamente nuestros días en que, consecuencia de la consideración monista también quedan unificados en el mismo saco (culturas elevadas y culturas vulgares).
[3] B Malinowski. “Una teoría científica de la cultura”.
[4] A Giddens. “Sociología”
[5]Otro ejemplo muy ilustrativo que propone Worf está basado en la comparación entre la lengua inglesa y la lengua Hopi. Según Worf el ingles considera el tiempo como un segmento dividido en tres partes continuas: pasado presente y futuro. Estos son los tiempos verbales que permite enunciar esta lengua, lo que hace que los ingleses tengan una consideración ordenada y lineal del tiempo. La lengua Hopi, sin embargo sólo distingue dos tipos de tiempos: los acontecimientos que ya se han manifestado y los acontecimientos que están todavía en un proceso de manifestarse. Según Wofr los conceptos que tiene el inglés y en general las lenguas indoeuropeas (alemán, francés, español, italiano... etc) hace más fácil medir el tiempo y por eso los europeos tienen una mayor facilidad para hacer horarios, vivir según el reloj, planificar tareas... pagar a plazos. Sin embargo los Hopis viven un tiempo más caótico y les es más difícil hacer planes o vivir según un horario y un reloj.
[6]Una forma de comprobar cómo nuestro lenguaje determina e influye en nuestra manera de pensar y de concebir el mundo es a través de las metáforas de cada idioma. Nuestro sistema conceptual es en gran medida metafórico; la manera en que pensamos y experimentamos lo que hacemos cada día es de naturaleza metafórica. Por ejemplo la mayor parte de los idiomas europeos entienden el diálogo como una guerra; charlar, dialogar, discutir viene a ser una forma de pelear y guerrear. Esto lo muestran las metáforas de nuestra lengua al respecto:
Tus afirmaciones son indefendibles
Atacó todos los puntos débiles de mi argumento.
Sus críticas dieron justo en el blanco
Destruí su argumento.
Nunca he vencido en una discusión.
¿No estás de acuerdo? Vale, dispara.
Si usas esta estrategia, te aniquilará.
Tratemos de imaginar una cultura en la que las discusiones no se dieran en términos bélicos, en la que en una discusión nadie perdiera ni ganara y donde no tuviera sentido atacar, perder terreno, defenderse... etc. Imaginemos, por ejemplo una cultura en la que la discusión fuera entendida como una danza que hubiera que ejecutar de manera agradable y brillante. En una cultura así la gente efectuaría las discusiones de manera completamente diferente, no habría un deseo a toda costa de “ganar” la argumentación (muchas veces el argumento es lo de menos, lo que buscamos es quedar victoriosos en el diálogo) y ambos pretendientes buscarían la mejor manera de armonizar las distintas posturas de cada uno (igual que ocurre en la danza). Sería muy distinto discutir para lograr una armonía entre las opiniones de los que discuten que discutir para lograr imponer la opinión de uno de los que discuten (que es en el fondo la forma de considerar las discusiones en Occidente y la forma de ser de nosotros, los occidentales).
Hay muchas otras metáforas que indican nuestra concepción del mundo y de la realidad que nos rodea. Por ejemplo los occidentales consideramos el tiempo como si fuera una sustancia semejante al dinero: algo que se puede gastar, perder, invertir, despilfarrar, desaprovechar... etc. Y las metáforas que utilizamos para referirnos a él lo ponen de manifiesto:
me estás haciendo perder el tiempo.
Este ordenador me ahorrará tiempo.
No tengo tiempo para darte
¿en qué gastas tu tiempo?
Esa rueda pinchada me ha costado una hora.
Estás terminando con tu tiempo
¿Te sobra mucho tiempo?
Vive de tiempo prestado
Invertí todo mi tiempo en conquistarla y lo perdí.
En nuestra cultura, algo que no ocurre en otras culturas, el tiempo se cuantifica, se mide y se entiende como si se tratara de un bien material semejante al dinero. Todo se mide en “tiempo” y se traduce en “dinero”: nos pagan por meses o semanas trabajadas, las llamadas telefónicas, las estancias en hoteles los intereses de los préstamos.
[7] A este tipo de filiación los antropólogos la llaman filiación cognaticia. La filiación cognaticia es aquella que considera que tenemos una relación de parentesco ambas familias, la paterna y la materna.