¿Cómo Aprender a Pensar?
Por Gisèle Velarde
Síntesis: El pensar evita que los individuos caigan presos del engaño y que se adhieran a códigos o reglas sin reflexión previa. Sin embargo, ¿por qué es una actividad tan escasa en la práctica? Entre otras razones, por los riesgos naturales y humanos que conlleva (“no deja nada tangible tras de sí”, “no da el poder de actuar”, etc.) y, en el caso de nuestro país, por la marcada conciencia autoritaria y las carencias económicas existentes. Enseñar a pensar y aprender a hacerlo es un reto que toda sociedad debe emprender. Una primera forma de recibir este aprendizaje debería ser a través de la educación. Pero enseñar a pensar pasa primero por que los propios profesores sepan pensar y estén dispuestos a seguir aprendiendo.
¿De qué pensar hablamos?
Dos preguntas surgen inmediatamente ante la pregunta que titula el presente artículo y son las siguientes: ¿se puede enseñar a pensar? y ¿qué entendemos por pensar cuando hablamos de aprender a pensar ? Ambas preguntas aparecen en tanto están íntimamente vinculadas con nuestra pregunta. La primera es fácil de contestar y la respuesta es afirmativa; su sentido está presupuesto en los diversos saberes que tenemos. La segunda pregunta resulta controversial y difícil de delimitar en una respuesta, ya que no hay consenso respecto de lo que el pensar sea, salvo que define por excelencia a los seres humanos.
Nuestro interés no se centra en el pensamiento como facultad ni como definición lingüística, tampoco como parte del atributo que se toma cualquier saber académico para sí -fundamentalmente la filosofía. Menos aún aludimos al sentido común que por su propia naturaleza no es capaz de pensar realmente y está lleno de lugares comunes; tampoco nos regimos necesariamente por la tradición occidental que entiende por pensar el acto representacional al cual el concepto de idea nos remite, debido a que esta noción también está inscrita dentro de los límites del saber filosófico.
Se trata entonces de ir más allá de los límites y ataduras del saber tradicional y/o profesional para poder descubrir el sentido del pensar y su aprendizaje; sentido y aprendizaje que están íntimamente relacionados entre sí, en tanto aprender a pensar supone ya valorar la actividad del pensamiento, valorar el sentido que el pensamiento como actividad tiene para la vida; de la misma manera que valorar el pensar conlleva el deseo de perfeccionar dicha actividad. Así, cuando hablamos de aprender a pensar tomamos el pensar como una actividad mental que existe potencialmente en la mayor parte de seres humanos y que puede o no ser desarrollada.
Responder a nuestra pregunta significa entonces que podamos dar algún derrotero sobre cómo desarrollar esta actividad de la mente que Hannah Arendt precisó bien al afirmar: “nuestra capacidad de pensar, es decir, (…) el simple hecho de que el hombre es un ser pensante. Y con esto quiero decir que el hombre tiene una inclinación y además una necesidad, de no estar presionado por necesidades vitales más urgentes (“la necesidad de la razón” kantiana) de pensar más allá de los límites del conocimiento, de usar sus capacidades intelectuales, el poder de su cerebro, como algo más que simples instrumentos para conocer y hacer”1.
Riesgos de la actividad pensante
No obstante, una empresa de esta magnitud implica ciertos riesgos sin los cuales la tarea del pensar no podría darse realmente. Riesgos, por cierto, que son también los que asumieron los grandes pensadores, quienes determinaron los cánones del saber que hemos heredado y que precisamente lo hicieron en tanto ellos mismos rompieron con los saberes y patrones que les habían sido impuestos en su momento.
Estos riesgos nos permiten dar cuenta de las razones por las cuales el pensar es escaso en la práctica. Entre los principales figuran el que el pensar no deja nada tangible tras de sí, no nos da el poder de actuar, no deja conocimientos , no puede ser acallado por “los sabios”, no soluciona enigmas cósmicos, no llega a verdades absolutas, irrumpe toda acción cuando se da, puede paralizarnos, es una empresa subversiva y puede conllevar también al nihilismo, lo cual significa que puede llevarnos a cambiar la falta de resultados por resultados negativos , como, por ejemplo, cuando insatisfechos en no llegar a definir qué es el bien optamos por el mal2.
Es importante señalar que el riesgo del nihilismo es creciente hoy bajo la forma del cinismo. El cínico contemporáneo es precisamente aquel que habiendo asumido el mandato de la Ilustración –el pensar por sí mismo - no ha llegado a respuestas concluyentes y, desilusionado, opta por ir contra todo orden moral y conocimiento en general3. El cínico es entonces un nihilista en tanto niega la vida y asume una actitud destructiva ante toda forma de ordenamiento. Manifestaciones de este cinismo son visibles en el Perú, principalmente en los sectores políticos pero no solo en ellos.
Se suman a estos riesgos naturales y humanos dos aspectos concretos que dificultan esta tarea en nuestro país: una marcada conciencia autoritaria que excluye el pensar en tanto impone la manera cómo los asuntos humanos deben ser asumidos y pensados, excluyendo el diálogo y la reevaluación; así como nuestras grandes carencias económicas que dificultan la posibilidad del pensar, en tanto nos suman en la necesidad y por ello nos excluyen de la libertad que el pensar requiere para realizarse. No obstante, ni el autoritarismo ni la precariedad económica son excusas para no asumir esta tarea.
Sentido, necesidad y proyecto de la tarea del pensar
El sentido de asumir la tarea del pensar conlleva la posibilidad de crear y recrear un sentido para la vida; implica que aun cuando no lleguemos a respuestas definitivas, llegaremos a respuestas mejores que las que tenemos ahora y que nos permitirán vivir una vida más realizada y autónoma. Sócrates fue muy claro al respecto al afirmar que una vida sin examen, sin reflexión, no tenía objeto de ser vivida: la felicidad, el placer, la justicia, el amor y el bien no son realmente viables si no asumimos la tarea del pensar. Más aún, el pensar evita que caigamos presos del engaño y que adhiramos a cualesquiera códigos o reglas sin reflexión previa. Pero lo más importante aún está en el vínculo fundamental que hay entre el pensar y el bien, como bien lo desarrolló Arendt, el cual constituyó uno de los ejes centrales de su obra.
Fue precisamente cuando Hannah Arendt cubría el juicio de Adolfo Eichmann en Jerusalén, responsable nazi de la deportación y muerte de los judíos, que la relación entre el mal y el pensar surgió como una problemática. El verificar que Eichmann no era un “hombre malo”, llevó a Arendt a preguntarse si es posible realizar (tanta) maldad sin ser una mala persona. Su obra deja en claro que sí es posible y que este tipo de mal es el mal banal fruto de la incapacidad de pensar . La obra sobre Eichmann evidencia que una persona sin maldad y sin especiales motivos para el mal, es capaz de infinito mal si no es capaz de pensar4. La pregunta que queda luego abierta es la de si es posible que el pensar nos abstenga del mal.
Cabe aquí mencionar que la humanidad en general ha vivido gran parte de su historia bajo diversas formas de sumisión mental que le han impedido a los seres humanos asumir la tarea de pensar. Occidente asume esta tarea de manera pública recién en la Modernidad , cuya esencia es la autonomía racional, la cual llegó a sus más altos niveles bajo la Ilustración , buscando que el ser humano desarrollase concepciones fundadas solo en su proceder racional en relación a todos los objetos del conocimiento. Kant hizo conocida para el gran público esta necesidad de aprender a pensar al mencionar que debíamos liberarnos de nuestra culpable incapacidad que era precisamente nuestra incapacidad de pensar y que aludía a la constatación histórica de no haber sido hasta ese momento capaces de pensar por nosotros mismos , sin la guía de otro(s). La diferencia que Kant establece entre el funcionario y el maestro da cuenta de este ideal de la Ilustración : se trataba ahora de que además de ser funcionarios tomemos una postura propia ante la vida y los conocimientos recibidos y nos hagamos maestros5.
¿Cómo aprender a pensar?
Pero, ¿cómo aprender a pensar ? ¿Cómo pasar de ser un mero funcionario a ser un maestro ? ¿Cómo liberarnos de la tiranía de la costumbre a la que aludía Bertrand Russell? Una primera forma de recibir este aprendizaje debería ser a través de la educación en general que, tomada en su verdadera naturaleza, alude a la apertura y liberación de la conciencia en aquel que la recibe. Por ejemplo, si en una clase de ética en la universidad el profesor solo explica qué dijo Platón, qué dijo Aristóteles, qué Kant y, así sucesivamente, de manera meramente histórica y/o descriptiva, no podrá enseñarle a pensar a sus alumnos. No obstante, si va más allá de este tipo de exposición y comienza a contrastar las distintas propuestas académicas entre sí y a evaluarlas, habrá ya despertado la capacidad crítica del alumno. Finalmente, si además llega a interpelar la realidad cotidiana y nacional, con preguntas del tipo ¿qué nos aporta hoy Platón? o ¿en qué medida nos sirve la propuesta aristotélica frente a la inmoralidad que vivimos los peruanos?, el profesor le estará enseñando a pensar a sus alumnos, en la medida en que les estará enseñando a tomar una distancia y postura crítica s frente a los conocimientos recibidos y a abrirse al diálogo , posibilitándoles así despertar su conciencia, ponerla en marcha y desarrollar su creatividad. Pero enseñar a pensar pasa primero por que los propios profesores sepan pensar y estén dispuestos a seguir aprendiendo.
Lo mencionado nos abre a la directiva fundamental sobre cómo aprender a pensar, la cual alude al diálogo, tanto de nosotros con los demás, como de la conciencia consigo misma. Este fue precisamente el legado de Sócrates, considerado por excelencia el pensador de Occidente, quien desarrolló la dialéctica como método para enseñarnos a pensar: para despejar la naturaleza de un tema Sócrates hacía preguntas y respuestas a los participantes donde se hacían evidentes las incoherencias y contradicciones en que ellos caían.
Las dinámicas de diálogo no solo conllevan a la solución (ética) de conflictos sino que nos enseñan a pensar en tanto nos confrontan con nosotros mismos, abren otras perspectivas en nosotros y desarrollan nuestra capacidad argumentativa. La escuela y la universidad deberían ser los lugares por excelencia para aprender a pensar pero no los únicos; el diálogo es requerido en todas las relaciones y estratos humanos. Si en el Perú el diálogo es precario o inexistente, ello es debido a la carencia de argumentos para defender nuestras ideas, por el miedo a opinar distinto (de la autoridad) y porque el otro no existe realmente en el Perú. Finalmente, el asumir la tarea del pensar presupone la creencia en una vida mejor (ética) y con sentido, y la falta de autoestima y el poco valor que la vida tiene en el Perú van en detrimento de esta tarea que muchas veces se ve usurpada por la violencia o la resignación.
Un nivel más avanzado y fundamental es el nivel del diálogo con nosotros mismos: el diálogo de la conciencia consigo misma . Esto es lo que en la tradición filosófica se conoce como el ‘ dos en uno' que alude a la relación que establecemos con nuestra conciencia en tanto examinamos que haya una relación de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos . Arendt afirma que el dos en uno apunta a mi conciencia pero, más precisamente, a un testigo que me está esperando cuando llego a casa6. El punto aquí está en que al abrirnos al examen interior estamos ya posibilitando el pensar; el pensar aparece en el diálogo, evidenciando no solo su carácter de actividad, sino además la posibilidad de su auto aprendizaje y esto en tanto somos nosotros mismos los que preguntamos y respondemos a la vez en el examen al que nos sometemos.
Sin embargo, este diálogo interior que iniciamos en soledad no sólo alude al pensar y a su autoaprendizaje, sino que al emprenderlo y confrontarnos con nosotros mismos, estamos dándole cabida al bien, ya que la posibilidad de que nos constituyamos como sujetos morales pasa precisamente por un auto examen que se da al pensar, en tanto éste permite la actualización de la diferencia que se da en la conciencia . Es decir, el bien pasa y presupone que constantemente re evaluemos la coherencia entre lo que afirmamos y realizamos. Finalmente, el pensar mismo acaba siendo la actualización de esta diferencia.
Sócrates dejó en claro que el criterio del pensamiento era el acuerdo -el no te contradigas a ti mismo -, es decir que para pensar había que procurar que los dos participantes estuviesen en buena forma, que fuesen amigos. Uniendo esto con lo anterior, podemos decir que asumir esta actualización de la conciencia nos permite seguir siendo amigos de nosotros mismos o recuperar la amistad perdida y, en esa medida, abrirnos más y mejor al pensar y a su autoaprendizaje, así como a la posibilidad de una vida más ética. También nos permite comprender por qué Sócrates consideraba que era mejor padecer una injusticia que ejercerla : uno puede seguir siendo amigo de la víctima mas no del victimario. Por el contrario, negarnos a esta actualización de la diferencia de la conciencia, el no pensar, ni autoenseñarnos a pensar en su nivel más profundo, es precisamente lo que hace y caracteriza al hombre inmoral pues hacer el mal presupone la negación o cancelación de ese diálogo interior. ¿Asumir o no asumir el diálogo con nosotros mismos? Esta es una opción aún pendiente para gran parte de los peruanos. Y debemos recordar que no elegir implica persistir en la inmoralidad en que vivimos.
Notas:
Hannah Arendt. “El pensar y las reflexiones morales”. En : De la Historia a la Acción. Barcelona: Paidós. 1995. p. 113.
Véase Arendt, Ibid. pp. 109 – 137. También Martin Heidegger. What is Called Thinking? New York : Harper Torchbooks. Harper & Row Publishers. 1972. p. 159.
Véase al respecto: Peter Sloterd ijk. Critique of Cynical Reason . Minneapolis: University of Minnesota Press. 1987.
Véase Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén . 4ta. ed. Barcelona: Lumen. 2001.
Véase Emmanuel Kant. “¿Qué es la Ilustración ?” En: Filosofía de la Historia . 5ta. reimp. México: F.C.E. 1994. En el libro antes citado de Heidegger, este sostiene que aún no pensamos y desarrolla una relación interesante entre el pensamiento, la memoria y el agradecimiento a partir de la raíz inglesa thanc que es común a los tres términos.
Véase Hannah Arendt. The Life of the Mind . Vol. 1. Flo rida: Harcourt Brace Jovanovich Publishers. 1978. En especial el Capítulo 3: What makes us think?