"La filosofí­a no es el arte de consolar a los tontos; su única meta es enseñar la búsqueda de la verdad y destruir los prejuicios"; Marqués de Sade.

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domingo, julio 30

Nietzsche y la voluntad de poder

Por José Segovia

1. Vida y obra.

La obra de Nietzsche es de una complejidad tan enorme, que no nos permite acercamos a ella sin producir en nosotros estados de ánimo y sentimientos contrapuestos, admiración y condena, fascinación y repulsa, entusiasmo e incredulidad. En realidad, no es un pensador que se pueda leer como a Kant o como a Hegel desde la fría luz de la razón. Su lectura implica y apasiona al que lo lee. Ahora bien, por encima de las valoraciones aleatorias que pudiera producir en sus lectores, todos podemos admirar sin ningún tipo de reservas la lucidez de sus análisis y la gran penetración de su mirada para comprender los problemas más profundos de la psicología, de la moral y de la metafísica del espíritu occidental. Y no es menos admirable la fuerte personalidad de un hombre que fue capaz de criticar los valores más elevados de nuestra cultura y de mantenerse en su postura de rebeldía a pesar de encontrarse prácticamente solo y contra un ambiente radicalmente hostil.

Nació en Roecken, Turingia, en 1844. Era hijo y nieto de pastores protestantes, aunque el rigor religioso no lo recibió de su padre, sino de su madre y de su hermana; ésta, en especial, jugó un papel decisivo y nada ortodoxo desde el punto de vista convencional. Desde 1869 hasta 1879 es catedrático de Filología clásica en la Universidad de Basilea; pero sus trabajos de filología no respondían a los cánones que exigía la academia. Concretamente, la publicación de El nacimiento de la tragedia fue un auténtico bombazo en el medio universitario. Willamowitz-Möllendorff arremetió violentamente contra lo que se consideraba un panfleto indigno de publicarse en la Universidad. En su reacción consideraba a Nietzsche indigno de compartir con los demás profesores la institución de la ciencia y lo invitaba a que abandonara la cátedra. Evidentemente, Nietzsche no compartía el amor por la verdad (¿?)
[1] que se respiraba en la vida académica. Posiblemente por eso todas las obras que publica durante el periodo de Basilea como por ejemplo, Consideraciones intempestivas y Humano, demasiado humano, levantan auténticas ampollas en el cuerpo del profesorado. Desde luego, su espíritu no estaba acostumbrado a las audacias de los sistemas. “Yo desconfío de todos los sistemáticos y me aparto de su camino. La voluntad de sistema es una falsa honestidad” (Crepúsculo de los ídolos).

Al final, tuvo que retirarse, pero no por problemas académicos, sino sólo por dificultades de salud. La enfermedad, los mareos, los fuertes dolores de cabeza y las dificultades para leer, que pudieron ser en parte producidos por la sífilis que padeció y que le llevó, parece ser, a la locura, lo apartaron de la enseñanza. Así, desde 1879 hasta 1889 le siguió un periodo de continuas peregrinaciones por pensiones baratas y por lugares de climas benignos para su salud, Riva, Génova, Sicilia, Sils-María, Turín, periodo en el que escribió Aurora, El Gay Saber, Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, Genealogía de la moral y el Ecce homo. En 1889 padece un estado fuerte de locura que le lleva a unos años de silencio al amparo de un sanatorio y de su familia hasta que muere en 1900.

La enfermedad fue una experiencia decisiva para su vida o, por lo menos, así nos lo confiesa él en momentos que no eran demasiado propicios para el engaño. “Desde la óptica del enfermo, elevar la vista haca conceptos y valores más sanos y luego, a la inversa, desde la plenitud y autoseguridad de la vida rica, bajar los ojos hasta el secreto trabajo del instinto de dècadence. Éste fue mi más largo ejercicio, mi auténtica experiencia, si fue en algo, fue en esto en lo que llegué a ser maestro. Ahora lo tengo en la mano, poseo mano para dar la vuelta a las perspectivas “ (Ecce homo). Este ejercicio entre la salud y la enfermedad, entre la decadencia y la exaltación, es lo que le permite situarse en la perspectiva de la ordenación moral del mundo, del moralismo y del idealismo, para invertir su perspectiva. Estas palabras del Ecce homo, como casi todas las que cito aquí del mismo libro, están pronunciadas con ironía y con amargura. Son las palabras de un hombre muy cercano a la muerte, si no a la muerte física, sí a la destrucción de la locura. Es un hombre enfermo que reconoce con ironía y con amargura su destino: “Mi suerte quiere que yo tenga que ser el primer hombre decente. que yo me sepa en contradicción a la mendacidad de milenios... Yo soy el primero que he descubierto la verdad, debido a que ha sido el primero en sentir, en oler, la mentira como mentira” (Ecce homo).

Los años de enfermedad y de sufrimiento no lo convierten en un hombre débil ni resentido sino que, por el contrario, crea un pensamiento ajeno a las pasiones de los hombres inferiores y al veneno del resentimiento. “El instinto de auto-restablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento” (Ecce homo). En definitiva, Nietzsche es un hombre profundamente rebelde y un crítico corrosivo, antiacadémico y antidogmático, aunque él mismo no pudiera librarse del dogma ni del insulto fácil, guiado como estaba por una pasión más fuerte que su propia voluntad. Es un intempestivo que se dedica a “filosofar a martillazos”, terriblemente destructivo y provocador. Su nombre se puede asociar a una gran crisis, a la crisis de Occidente, de todo lo que hasta entonces se había creído, pensado y santificado. Como él mismo decía, no era un hombre, era dinamita. “Yo soy, con mucho, el hombre más terrible que ha existido hasta ahora; esto no excluye que yo seré el más benéfico. Conozco el placer de aniquilar, en un grado que corresponde a mi fuerza para aniquilar; en ambos casos obedezco a mi naturaleza dionisíaca, la cual no sabe separar el hacer no del decir sí. Yo soy el primer inmoralista: por ello soy el aniquilador par excellence” (Ecce homo).

2. La crítica a la cultura

La mentira del idealismo: A Nietzsche le gustaba identificarse como el destino de Europa. Pero ¿qué significa exactamente eso? En principio, significa sencillamente que es el primero en diagnosticar el estado en que se encuentra nuestra cultura, el primero en comprender el sentido de la evolución de nuestra historia y de nuestro pensamiento
[2]. “Yo fui el primero en ver la auténtica antítesis: el instinto degenerativo, que se vuelve contra la vida con subterránea avidez de venganza, y una fórmula de la afirmación suprema, nacida de la abundancia, de la sobreabundancia, un decir sí sin reservas aun al sufrimiento, aun a la culpa misma, aún a todo lo problemático y extraño de la existencia”. (Ecce homo). La verdad es que hay una buena parte de la obra de Nietzsche que resulta realmente asombrosa por la claridad con que supo ver, aun viviendo en los tiempos de la bondad decimonónica, la crisis que se avecinaba, los dos siglos de nihilismo que estaban todavía por venir. “Pues cuando la verdad entable lucha con la mentira de milenios, tendremos conmociones, un espanto de terremotos, un desplazamiento de montañas y valles como nunca se habrá soñado”. (Ecce homo). En este texto las palabras son muy vagas, pero ya anuncian la voluntad expresa de luchar contra la mentira de milenios, lo que será el objetivo de su crítica, el hecho de que los instintos más bajos se hayan rebelado vengativamente contra las fuerzas más nobles del hombre. Lo que combate Nietzsche con todas sus fuerzas es la mentira del platonismo: que la cultura se convierta en una mentira capaz de cambiar radicalmente las valoraciones más sanas de la vida. “A la realidad se le ha despojado de su valor, de su sentido, de su veracidad en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal. El ‘mundo verdadero’ y el ‘mundo aparente’: dicho con claridad: el mundo fingido y la realidad... Hasta ahora la mentira del ideal ha constituido la maldición contra la realidad, la humanidad misma ha sido engañada y falseada por tal mentira hasta sus instintos más básicos, hasta llegar a adorar los valores inversos...” (op. cit.)

El objeto de la crítica de Nietzsche es la propia cultura occidental mediatizada como está por el idealismo que significa el rechazo de los instintos, el odio contra la vida y la inversión de la verdadera perspectiva. Desde este punto de vista, la historia de la humanidad es el resultado nefasto de un error, del error de un espíritu que se complacía en llenar con el veneno del resentimiento los ideales más nobles del hombre. La historia y la cultura es, entonces, el producto elaborado de muchos siglos de piedad, de renuncia, de resignación, de igualitarismo, de universalidad y de conocimiento racional. “PARA LA CRíTICA DE LAS GRANDES PALABRAS. Siento verdadero odio y malignidad contra lo que se denomina 'ideal'; en esto estriba mi pensamiento, en haber comprendido que los ‘sentimientos elevados' son un manantial de enfermedades, es decir, son el empequeñecimiento y el envilecimiento de los hombres” (La voluntad de dominio). “El error (el creer en el ideal) no es ceguera, el error es cobardía. Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del valor, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo” (Ecce homo)

3. La cultura contra la vida

En El problema de Sócrates Nietzsche anuncia que se propone averiguar de dónde procede aquella ecuación socrática de razón = virtud = felicidad, un lugar común para la filosofía griega y que tenía en su contra la moral del heleno antiguo
[3]. Lo que tendrá que hacer, desde luego, es sondear por el consensus sapientium, qué es el desagrado por la vida. “En todos los tiempos los sapientísimos han juzgado igual sobre la vida: no vale nada... Siempre y en todas partes se ha oído de su boca el mismo tono - un tono lleno de duda, de melancolía, lleno de cansancio de la vida, lleno de oposición a la vida - ”. (Crepúsculo de los ídolos).

Hasta ahora, se ha solido identificar el ideal del hombre con el ideal del hombre sabio, con el científico, con el hombre religiosamente educado. La ciencia, la filosofía y la cultura se han establecido como el trasfondo de la realidad. Y, sin embargo, sería preferible vivir de una manera antifilosófica, de una manera contraria a la virtud. Como hemos visto, a Nietzsche le gusta llamarse inmoralista, lo que suponía atender a una nueva manera de entender la realidad y a una nueva manera de entender la vida en la que se ha de invertir la perspectiva del idealismo y en la que se deben evitar los procedimientos del sabio. “Estas cosas pequeñas - alimentación, lugar, clima, recreación, toda la casuística del egoísmo son inconcebiblemente más importantes que todo lo que hasta ahora se ha considerado importante. Justo aquí es preciso comenzar a cambiar lo aprendido. Lo que la humanidad ha tomado en serio hasta este momento no son ni siquiera realidades, son meras imaginaciones o, hablando con rigor, mentiras nacidas de los instintos malos de naturalezas enfermas, de naturalezas nocivas en el sentido más hondo: todos los conceptos, 'Dios', 'alma’, 'virtud', 'pecado', 'más allá', 'verdad’, 'vida eterna'... Pero en ellos se ha buscado la grandeza de la naturaleza humana, su 'divinidad'... Todas las cuestiones de la política, del orden social, de la educación han sido hasta ahora falseadas integra y radicalmente por el mero hecho de haber considerado hombres grandes a los hombres más nocivos”. (Ecce homo).

En realidad, no se trata sólo de recuperar el gusto por lo pequeño, sino de recuperar lo que se había perdido entre las sombras del racionalismo y del idealismo, de recuperar el gusto por la vida como el centro del pensar. Lo que se está jugando en el ánimo de Nietzsche es mucho más que una teoría nueva, es el cambio de sensibilidad que seguramente habrá de introducir nuevas maneras de pensar. Si los sabios han establecido el sentido de la realidad, el genio se ha de caracterizar por el odio contra lo que ya es, contra lo establecido, el odio contra lo que no aspira a perecer. “Si el animal de rebaño brilla en el resplandor de la virtud más pura, el hombre de excepción debe haber sido degradado a la categoría de malvado”. (Op. cit.).

Con Sócrates nacía, y se consolidaba, la tendencia apolínea de la claridad de la ciencia, de la razón que excluye al arte, que excluye la pasión y la naturalidad en el vivir. La dialéctica era el disolvente del arte y de la tragedia. El socratismo, como fenómeno histórico, es la oposición de la razón al instinto, el instinto degenerativo opuesto a la sobreabundancia, la luz de la razón contra los apetitos oscuros. Por el contrario, lo dionisíaco es la afirmación del devenir, de la antítesis, de la lucha, el rechazo radical del ser, la tragedia. Frente a lo socrático Nietzsche opone lo dionisíaco, el decirle sí a la vida con su angustia y con su desesperanza, con los problemas más duros, con el dolor y con la enfermedad, pero también con el placer y con el entusiasmo. Así le opone a la filosofía y a la ciencia la fuerza creativa que no garantiza nunca ni el conocimiento ni la luz del logos. “Sí, amigos míos, creed conmigo en la vida dionisíaca y en el renacimiento de la tragedia. El tiempo del hombre socrático ha pasado: coronaos de hiedra, tomad en la mano el tirso y no os maravilléis si el tigre y la pantera se tienden acariciadores a vuestras rodillas. Ahora osad ser hombres trágicos: pues seréis redimidos”. (El Nacimiento de la tragedia).

Por si acaso queda alguna duda en lo que entiende Nietzsche por redención, en un Ensayo de autocrítica que le añade a este libro suyo en 1886, dice muy claramente que por redención entiende asumir el mundo, todo lo contrario que pudiera significar para el cristianismo.

4. La crítica a la moral.

Los valores y la vida.

Hay un punto central y nuclear del pensamiento de Nietzsche en el que posteriormente se basarán su crítica a la moral, su crítica a la metafísica y todo su pensamiento: ese núcleo es su teoría de los valores. Desde luego, la genealogía de la moral era absolutamente necesaria para conocer la fuente de donde brotan los valores. Sería absurdo seguir viviendo como si los ideales que dirigen nuestra acción fueran autónomos y dependieran de una esfera pura e incontaminada. La razón pura es una argucia para cargamos con los valores más pesados. Por el contrario, los valores dependen de la vida, del tipo de vida que hayamos elegido. Vivir supone ya valorar, elegir e interpretar. El vivir es el origen de los valores y el origen de los pensamientos que se puedan establecer posteriormente sobre ellos. “Cuando hablamos de valores, lo hacemos bajo la inspiración, bajo la óptica de la vida: la vida misma es la que nos constriñe a establecer valores, la vida misma es la que valora a través de nosotros cuando establecemos valores”. (Crepúsculo de los Ídolos).

Moral de señores y moral de esclavos

Ya hemos visto anteriormente que las valoraciones dependen de la forma de vida que se lleva. En Más allá del bien y del mal dice Nietzsche que, entre todas las morales, él ha logrado distinguir dos tipos básicos: una moral de señores y una moral de esclavos. Para los aristócratas es el orgullo de la casta el que genera los valores: bueno es sinónimo de aristocrático, mientras que malo es sinónimo de despreciable. Son unos hombres que aceptan el poder y la jerarquía, que no actúan por compasión, que dan lo que les sobra, pero no por piedad. “Los juicios de valor caballeresco - aristocráticos tienen como presupuesto una constitución física poderosa, una salud física floreciente, rica, incluso desbordante, junto con lo que condiciona el mantenimiento de la misma, es decir, la guerra, las aventuras, la caza, la danza, las peleas y, en general, todo lo que la actividad fuerte, libre, regocijada lleva consigo” (La genealogía de la moral)

En cambio, el esclavo no acepta la moral del aristócrata. La suya es la moral de la debilidad, de la compasión, de la humildad, etc. En la casta sacerdotal, como la casta contrapuesta a la aristocrática, es donde anidan el veneno del odio del resentimiento y de la venganza. “Los sacerdotes son, como es sabido, el enemigo más malvado porque son los más impotentes. A causa de esta impotencia el odio crece en ellos hasta convertirse en algo monstruoso y siniestro, en lo más espiritual y más venenoso”. (op. cit.).

La rebelión de los esclavos venía a instaurar la moral de los débiles, que condena la fuerza, que condena las pasiones, la moral de la igualdad y de la obediencia. Han convertido la impotencia en la fuente de sus valores. El judaísmo, el cristianismo, el socialismo, la democracia, justifican el triunfo de los hombres débiles. La moral de los esclavos es la moral del rebaño, el espíritu del mercado. “Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado; y donde el mercado comienza, allí comienza también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas venenosas. Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores..”. (Así habló Zaratustra).

La moral contranatural

La capacidad de valorar estriba en la voluntad de poder y ésta se manifiesta a través de fuerzas activas y de fuerzas reactivas, afirmando y negando, como capacidad creativa y como fuerza nihilista. La moral no es ni más ni menos que el resultado del juego de estas dos fuerzas, del amor o del odio a la vida. Ahora bien, en la moral que hemos vivido hasta este momento las fuerzas reactivas minan las posiciones de las fuerzas activas disgregándolas hasta convertirlas en fuerzas reactivas. En este devenir reactivo la voluntad de poder se manifiesta como voluntad de nada. Éste es el origen de la moral o, por lo menos, de la moral tal como la conocemos hasta hoy: el producto de una vida decadente, es decir, la moral del débil. “Definición de la moral: la idiosincrasia de los decadentes, con la intención oculta de vengarse de la vida y con éxito. Doy mucho valor a esta definición”. (Ecce homo). “La moral contranatural, es decir, casi toda la moral ahora enseñada, venerada y predicada, se dirige, por el contrario, precisamente contra los instintos de la vida, es una condena, a veces encubierta, a veces ruidosa e insolente, de esos instintos”. (Crepúsculo de los ídolos).

El resentimiento, la conciencia de la culpa y la conciencia ascética

Las fuerzas reactivas de la voluntad de poder imponen los estados negativos de la conciencia, el resentimiento, la culpa y el ascetismo, tres estados que no se tienen por qué corresponder con tres tipos de hombres distintos, sino que se pueden dar en el mismo hombre y, sobre todo, que constituyen la conciencia moral y la conciencia religiosa del hombre.

1º. El resentimiento procede de la incapacidad que tienen los hombres débiles para olvidar. Su debilidad no les permite responder a lo que puedan considerar como afrentas y acumulan en el interior de su conciencia el deseo de venganza. Es la moral de los esclavos y de los débiles, impotentes, ansiosos de venganza y llenos de veneno. Nietzsche los suele simbolizar con la tarántula y con la araña. El hombre del resentimiento odia la vida y no carga nunca sus culpas ni sus errores en si mismo, sino en alguien de fuera. “Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo (...), la moral de los esclavos necesita siempre primero de un mundo opuesto y externo, necesita, hablando fisiológicamente, de estímulos exteriores para poder actuar. Su acción es, de raíz, reacción” (Genealogía de la moral).

El hombre fuerte vive de sí mismo, es confiado; el hombre débil no es franco, ni ingenuo ni honesto. Así es como se fabrican los ideales y las bienaventuranzas: la debilidad se transforma en mérito, la impotencia en bondad, la bajeza en humildad, la sumisión en obediencia, la cobardía en prudencia. El triunfo de los débiles supone el triunfo de la moral, de la religión y de la cultura, la aparición en escena del sacerdote judío. “El sentido de nuestra cultura consiste cabalmente en sacar del animal rapaz ‘hombre’, mediante crianza, un animal manso y civilizado, un animal doméstico, habría que considerar que todos aquellos instintos de reacción y de resentimiento (...) han sido los auténticos instrumentos de la cultura”. (op. cit.)

Así tenemos que la moral, la religión y la cultura están contra las fuerzas más nobles. Contra sus capacidades y contra el propio individuo. “La moral misma entendida como síntoma de dècadence es una innovación, una singularidad de primer rango en la historia del pensamiento... Hay que ser inteligentes, claros, lúcidos a cualquier precio: toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce hacia abajo... Tener que combatir los instintos: ésa es la fórmula de la dècadence: mientras la vida asciende es felicidad igual a instinto”. (Crepúsculo de los ídolos).

2º La mala conciencia. Si el resentimiento suponía cargar la culpa contra alguien del exterior, la mala conciencia consiste en dirigir el veneno de la conciencia contra sí mismo. Frente a la jovialidad y a la alegría de vivir, se impone ahora la vergüenza, la moralización y los sentimientos enfermizos: la culpa contra los instintos. “Me refiero a la moralización y al reblandecimiento enfermizos, gracias a los cuales el animal ‘hombre’ acaba por aprender a avergonzarse de todos sus instintos. En el camino hacia el ángel (para no emplear una palabra más clara) se ha ido criando el hombre ese estómago estropeado y esa lengua saburrosa causantes de que no sólo se le hayan vuelto repugnantes la alegría y la inocencia del animal, sino que la vida misma se haya vuelto insípida”. (op. cit.).

Es el sacerdote cristiano el que interioriza la culpa, el dolor y el pecado, el que interioriza el resentimiento y pervierte el sentido de la vida. Al hombre se le ha domesticado, se le ha puesto una camisa de fuerza. 0 dicho de otra forma, se le ha hecho responsable ante su conciencia, ante la sociedad y ante Dios. “Es esta una especie de demencia de la voluntad...: la voluntad del hombre de encontrarse culpable, reprobable a sí mismo..., su voluntad de imaginarse castigado..., su voluntad de infectar y de envenenar...” (op. cit).

El resultado ha sido nefasto: que el hombre se avergüence de todos sus instintos y que además haya hecho de esta vergüenza, y de la negación de sus instintos, un ideal de salud y un ideal de vida, es decir, una conciencia enferma. “La luz diurna más deslumbrante, la racionalidad a cualquier precio, la vida lúcida, fría, previsora, consciente, sin instinto, en oposición a los instintos, todo esto era una enfermedad distinta y en modo alguno un camino de regreso a la virtud, a la salud y a la felicidad” (Crepúsculo de los ídolos)

3ª La conciencia ascética. Si antes el odio se dirigía contra los demás o contra sí mismo, ahora lo que se hace es inventar ideales que ayuden a aliviar los males del vivir, el cambiar, el perecer, el dolor, la angustia y el sufrimiento. Evidentemente, el ideal ascético es un buen lenitivo para la conciencia moral, nos ofrece la posibilidad de soportar la existencia, los efectos de la mala conciencia y del resentimiento y, al mismo tiempo, nos ayuda a reforzar esos mecanismos que nos conducen a inventar otro mundo. “La ascética pertenece a este campo: unas cuantas ideas deben hacerse imborrables, omnipresentes, inolvidables, fijas, con la finalidad de que todo el sistema nervioso e intelectual quede hipnotizado por tales ideas fijas”. (Genealogía de la moral)

Esta tendencia tan nuestra a querer la nada y a hacer indigna la vida nos ha proporcionado los mecanismos para escapar de ella. Ni que decir tiene que el papel que jugaron los ideales ascéticos en la filosofía fue fundamental: el pensamiento creyó liberarse de las cargas de la existencia. Qué sospechoso es que se haya podido creer en un sujeto puro del conocimiento, en un sujeto totalmente ajeno al dolor, a la alegría, a las necesidades, a los intereses y a los instintos. Del ser enfermizo se ha constituido la verdadera naturaleza del hombre. “¡Todo esto significa, atrevámonos a comprenderlo, una voluntad de la nada, una aversión contra la vida, pero es, y no deja de ser, una voluntad! Y repitiendo al final lo que dije al principio: el hombre prefiere querer la nada a no querer...”. (op. cit.).

La moral como corrupción.

Las fuerzas reactivas tienden a eliminar la acción, considerar malos los instintos y las pasiones. El nihilismo ha sido el origen, la evolución y el sentido de la conciencia moral. “Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial. Una historia de los sentimientos superiores, de los ideales de la humanidad, sería casi también la aclaración de por qué el hombre es tan corrompido. La vida misma es para mí instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de poder: donde falta la voluntad hay decadencia. Mi aseveración es que a todos los valores supremos de la humanidad les falta esa voluntad, que son los valores de la decadencia, valores nihilistas los que, con los nombres más santos, ejercen el dominio”. (El Anticristo).

Por eso a Nietzsche le gustaba llamarse inmoralista. Sólo filosofando a martillazos contra la moral se podía convertir la negación en afirmación, el no a la vida en voluntad terrenal. Ahí queda un programa abierto. Después del hombre podemos encontrar la afirmación y la creatividad del superhombre. “Nosotros que somos distintos, nosotros inmoralistas, hemos abierto, por el contrario, nuestro corazón a toda especie de intelección, comprensión y aprobación. Nos resulta fácil negar, buscamos nuestro honor en ser afirmadores”. (Crepúsculo de los ídolos).

5. La inversión de la metafísica.

Tal como hemos visto anteriormente, la teoría de los valores es un elemento central del pensamiento de Nietzsche, la voluntad se manifiesta en dos fuerzas, activa y reactiva, y además la moral supone la inversión por medio de la cual el hombre débil impone sus valores de decadencia y de desprecio a la vida. Pues bien, esas valoraciones que se producen en lo más profundo del vivir son las que constituyen también la visión que el hombre se hace del mundo constituye la filosofía y hasta incluso la lógica que pueda mantener el filósofo. “La mayor parte del pensar consciente de un filósofo está guiada de modo secreto por sus instintos y es forzada por éstos a discurrir por determinados carriles. También detrás de toda lógica y de su aparente soberanía de movimientos se encuentran valoraciones o, hablando con mayor claridad, exigencias fisiológicas orientadas a conservar una determinada especie de vida. Por ejemplo, que lo determinado es mas valioso que lo indeterminado, la apariencia, menos valiosa que la verdad”(Más allá del bien y del mal).

La frase ‘inversión de la metafísica’ es expresamente ambigua: hace referencia tanto a la inversión que la metafísica hizo de la verdadera perspectiva de la vida, como la inversión que deberá hacer Nietzsche de la metafísica tradicional. La genealogía de la moral es también válida en la esfera de la metafísica: el engaño milenario, el fenómeno del socratismo, el haber dividido la realidad en dos esferas, confundiendo e invirtiendo su valor. “El conocimiento, el decir sí a la realidad es una necesidad para el fuerte, así como son una necesidad para el débil, bajo la inspiración de su debilidad, la cobardía y la huida frente a la realidad”. (Ecce homo)

Como habíamos visto anteriormente, las construcciones racionales de la filosofía no son totalmente desinteresadas, la especulación no se produce desde un lugar privilegiado en el que no jugaran un papel decisivo la perspectiva y las valoraciones del filósofo, es decir, que el pensamiento implica a un hombre con su vida real, con sus valoraciones y con sus interpretaciones. Aquí estriba el error de los metafísicos, en haber creído que los valores más sublimes no podían proceder de un mundo como el nuestro, en no haber sospechado que el conocimiento se asentaba sobre la antítesis de los valores. El error consistió en haber creído que los sentidos nos engañan, que la sensibilidad no nos puede servir para captar la realidad verdadera, mientras que, por el contrario, la verdad se veía condenada a reducirse a la generalidad vaga y vacía de las ideas. “Me preguntaba usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos? Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni, cuando hacen de ella misma una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real”. (Crepúsculo de los ídolos)

El error más grande, la fatalidad, estriba, como dice Nietzsche en La voluntad de dominio, en que se haya creído tener en las categorías de la razón los principios de la realidad. Este error nos llevaba a creer en un mundo verdadero impuesto sobre el mundo real: confiar en la razón suponía inventar un mundo en el que no debía haber ni cambio ni movimiento ni devenir. “A la realidad se le ha despojado de su valor, de su sentido, de su veracidad en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal... El 'mundo verdadero’ y el ‘mundo aparente'; dicho con claridad: el mundo fingido y la realidad... Hasta ahora la mentira del ideal ha constituido la maldición contra la realidad”. (Ecce homo).

La cultura se asentó sobre el odio al cambio, es decir, que se asentó en las bases de la razón y en la búsqueda de los fundamentos de un modo permanente. La cultura ha crecido en la creencia de que el mundo en que vivimos es falso. Como se puede comprobar fácilmente, el resentimiento hizo estragos también en la metafísica, hasta el punto de haber generado la necesidad y el deseo de crear un mundo totalmente contrario al mundo en que vivimos: un mundo absoluto y sin contradicciones, el mundo del ser verdadero. “Lo que es no, deviene; lo que deviene no es... Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es” (Crepúsculo de los ídolos).

En definitiva, la metafísica no es más que la reflexión filosófica al amparo de la teología. El enlace de la metafísica y de la teología se oponía al sentido más claro y más evidente de la realidad. La invención de Dios y la invención de un mundo verdadero por encima del mundo real lograron, por una parte, reducir la realidad a la nada de las apariencias y, por otra parte, inventar un mundo vacío y sin ningún sentido. “La otra idiosincrasia de los filósofos (...) confundir lo ultimo con lo primero (...) Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto de Dios... Los conceptos supremos, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas...! (op. cit).

A fin de cuentas, nuestra cultura se basa en el fetichismo de una conciencia, de un yo que ha pretendido montar toda una cosmovision en torno a los conceptos firmes de la razón. En definitiva, el fetichismo de la conciencia es el fetichismo del lenguaje. “La razón en el lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática”. (op. cit.).

Tal como decía Nietzsche en El Crepúsculo de los ídolos, se puede resumir toda su crítica a la metafísica en cuatro tesis:

1º Que todas las razones tendentes a considerar este mundo como aparente consiguen, por el contrario, fundamentar su carácter real. El engaño de la metafísica nos ha servido para algo, para demostrar que nuestro mundo, el único que tenemos, es verdadero.
2º Que todas las invenciones proyectadas sobre el mundo verdadero sólo han conseguido fundamentar su esencia, es decir, su nada.
3º Que todas las fabulaciones metafísicas no son más que fruto del resentimiento y de la venganza contra la vida.
4º Que la división del mundo en un mundo verdadero y en un mundo aparente es fruto de la decadencia.

Si Hegel
[4]suponía la realización de la metafísica occidental, tal pensamiento de Nietzsche es una crítica radical de la historia de nuestra tradición cultural, un programa y un intento serio para solucionar los grandes equívocos del pensamiento anterior, es decir, es un intento de inversión de la moral y de la metafísica. Y, a fin de cuentas, para realizar esta inversión, lo único que tiene que hacer es mirar hacia Heráclito donde encuentra prácticamente un maestro y un modelo, la afirmación del fluir de la realidad, de la lucha y de la tragedia, es decir, lo decisivo de una filosofía dionisíaca. “Lo que nosotros hacemos del testimonio de los sentidos, eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración... La razón es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten... Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía. El mundo aparente es el único: el mundo verdadero no es más que un añadido mentiroso”. (op. cit.).

6. El nihilismo

El sentido del nihilismo

Tal como hemos visto en los apartados anteriores, las consecuencias de la moral y de la metafísica han sido el reducir el valor de la vida prácticamente al mínimo. En efecto, la historia de Occidente muestra una voluntad expresa no sólo de reducir el valor de la realidad, sino de haber inflado hasta lo absoluto una serie de ideas y de valores sin ningún fundamento, es decir, que la historia de Occidente se puede reducir a esa voluntad de nada. El nihilismo es el sentido de nuestra tradición y de nuestra historia.

El nihilismo, entonces, es la consecuencia natural del transcurso de la cultura europea. Ahora bien, con todo, no es sólo el sentido del pasado lo que quiere revelarnos Nietzsche en La voluntad de dominio, sino también las posibilidades que tenemos de salir de la situación en la que nos ha metido nuestra propia tradición. El intento nietzscheano de pensar el nihilismo no tiene la finalidad de echarse a dormir en la desesperanza, sino que es la reflexión de quien ha dejado de ser nihilista, la reflexión de un solitario sobre los laberintos del futuro, sobre la necesidad de valores nuevos y de un pensamiento nuevo. Evidentemente, el nihilismo es el resultado del descubrimiento de la falsedad de ese mundo metafísico creado por la razón. “En una palabra, las categorías, causa, final, unidad, ser, por las cuales hemos obtenido un valor para el mundo, quedan retiradas por nosotros; y, desde entonces, el mundo tiene el carácter de una cosa sin valor (...) La creencia en las categorías de la razón es la causa del nihilismo; nosotros hemos medido el valor del mundo por estas categorías, que se refieren a un mundo ficticio. (La voluntad de dominio).

Desde luego, la forma más radical de nihilismo es reconocer que no existe Dios, que no existe la verdad. Eliminar el sentido del mundo verdadero significa despojar al mundo de su sentido. En efecto, como dice Nietzsche, el nihilismo no tiene uno, sino varios sentidos posibles. En primer lugar, hace referencia al proceso histórico de Occidente, es el nihilismo del judaísmo y del cristianismo. En segundo lugar, desde un punto de vista pasivo, es la forma de voluntad prácticamente acabada del nihilismo budista. Y, en tercer lugar, es una voluntad destructiva, la condición del espíritu europeo, con la inquietud, la angustia, la confusión, la desesperación y el pesimismo que conlleva la destrucción. El vacío y el sinsentido, la desolación y la impotencia completan el panorama de la visión occidental del mundo.

Dios ha muerto

Cuando Zaratustra bajó, de la montaña, se encontró a un ermitaño que vivía en el bosque componiendo canciones y alabando a Dios. El ermitaño le recomienda a Zaratustra que no baje a la ciudad, que no le dé nada a los hombres. Mantienen una breve conversación de este estilo y, cuando se separan, Zaratustra se dice a sí mismo: “¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía que Dios ha muerto!”

En La Gaya ciencia, hay un pasaje burlesco de un loco que, a plena luz del día, buscaba a Dios por la plaza con una linterna encendida. Todos los que estaban en la plaza se reían de él y éste se plantó y les dijo en medio de un breve sermón: “¡Dios ha muerto! Nosotros somos los que hemos matado a Dios”.

La expresión “Dios ha muerto” no nace en la obra de Nietzsche con una voluntad específicamente sacrílega. En realidad, tampoco hay un razonamiento que demuestre la muerte de Dios. Evidentemente, si existiera, Dios no podría morir porque su propia naturaleza lo impediría; pero, si no existiera, tampoco podría morir por razones obvias. Por lo tanto, si no hemos de entender en un sentido literal esta expresión, entonces hemos de entender que la muerte de Dios es la consecuencia normal de la evolución de nuestro pensamiento y de nuestra cultura.

¿Qué quiere decir, entonces, Nietzsche con la expresión “Dios ha muerto?” En primer lugar, quiere expresar el culmen del nihilismo: el hombre ha matado a Dios, es decir, ha destruido todos los valores. En segundo lugar, indica el final del dominio de la razón, del sistema único interpretando la totalidad de la realidad, tradición secular de Occidente; es decir, que indica el final del monoteísmo de la razón, el final de la metafísica clásica y de sus engaños. En tercer lugar, recoge el sentir de que vivimos en la época del sinsentido y del absurdo más radicales, un tiempo propicio para abandonarse y para dejarse llevar de los acontecimientos, el tiempo del último hombre, del hombre que quiere dejarse extinguir pasivamente porque nada tiene sentido
[5]. “¡En Dios, declarada la hostilidad a la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, fórmula de toda calumnia del 'mas acá', de toda mentira del 'más allá'! ¡En Dios, divinizada la nada, canonizada la voluntad de nada!”. (El Anticristo). “El concepto de Dios ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia... Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios; sólo así redimimos al mundo”. (Crepúsculo de los ídolos)

El ‘Dios ha muerto’ no hace referencia sólo al cristianismo ni a la destrucción de la religión ni al combate particular que Nietzsche sostiene con la Iglesia, sino que, más bien, hace referencia a la religión de la razón iniciada por Sócrates y por Platón. Es más, el ‘Dios ha muerto’ supone una inflexión en el pensamiento nietzscheano: el final del periodo de crítica y de negación y el principio de un pensamiento de la afirmación, de la voluntad de poder, del superhombre y del eterno retorno. “El 'mundo verdadero", una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada. (Día claro; desayuno; retorno del bon sens y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus). Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?... ¡No!, al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente! (Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT ZARATUSTRA”. (op. cit.)

7. El superhombre y la transmutación de los valores

El resentimiento y la mala conciencia, la moral judeo-cristiana, habían debilitado en el hombre sus apetencias, su voluntad y su orgullo, lo habían domesticado acostumbrándola a la moral gregaria. La ‘muerte de Dios’ le abre el camino a un nuevo programa: la aparición del superhombre. Ahora bien, la moral de Nietzsche no contenía ningún decálogo, no disponía de ningún conjunto de normas desde las que se intentara regular la conducta humana, sino que, por el contrario, partiendo del principio del amor a la tierra, le dejaba el camino abierto al hombre para que éste intentara su propia virtud. “La virtud, el deber, el bien en sí, el bien entendido con un carácter de impersonalidad y de validez universal, ficciones cerebrales en las que se expresan la decadencia, el agotamiento último de las fuerzas de la vida, la chinería königsbergense. Lo contrario es ordenado por las leyes más profundas de la conservación y del crecimiento: que cada uno invente su virtud, su imperativo categórico”. (El Anticristo)

El mensaje que le trae Zaratustra a la ciudad al bajar de la montaña es éste: “Yo os enseño el superhombre. El hombre debe ser superado”. Por supuesto, nos engañaríamos si creyéramos que el superhombre se mide por la raza o por la musculatura. No tarda Nietzsche en decir: El superhombre es el sentido de la tierra. Ya no tiene sentido la vieja moral, no importa nada la virtud ni la justicia ni la felicidad. Ya no merece la pena atender a las esperanzas sobreterrenales. Dios ha muerto. Permanecer fieles a la tierra es el principio. El superhombre es el sentido del ser del hombre. Libre de la moral contranatural, libre de los lazos sociales gregarios, el superhombre es lo contrario del último hombre, es una nueva forma de valorar que estimula y potencia las capacidades creativas para superar al hombre actual. “El problema psicológico del tipo de Zaratustra consiste en cómo aquel que niega con palabras, que niega con hechos, en un grado inaudito, todo lo afirmado hasta ahora, puede ser, a pesar de ello, la antítesis de un espíritu de negación; en cómo el espíritu que porta el destino más pesado, una tarea fatal, puede ser, a pesar de ello, el más ligero, el más ultramundano. Zaratustra es un danzarín”. (Ecce homo).

El resentimiento y la mala conciencia se habían convertido en la esencia del hombre; el nihilismo era el destino de Occidente. El superhombre es la posibilidad de superar el nihilismo. Claro que esa superación sólo se da en una voluntad que afirme, en una voluntad que se ponga en disposición de poder producir unos valores totalmente nuevos. Ahora son el juego, la risa y la danza los síntomas de la creación, de la afirmación jovial y alegre de la propia vida, del azar y del devenir.

Sin embargo, las palabras de Nietzsche no se pueden tomar al pie de la letra casi nunca. Como se comprenderá fácilmente, el superhombre no puede ser mitad jugador y mitad bailarín. El juego y la danza simbolizan el riesgo y la jovialidad. El superhombre no tiene por qué estar mediatizado sólo por su cerebro, sino también por su cuerpo; lo cual quiere decir que puede ser una norma aumentar la voluntad de poder, eliminar el miedo cristiano al cuerpo y fomentar el orgullo, la alegría, la salud, la voluntad, la disciplina. El vigor corporal e intelectual es un buen síntoma. Los horrores son necesarios, las pasiones se deben fomentar. ¿Por qué aboga, entonces, Nietzsche, por un salvaje apto para la guerra y para la crueldad? No exactamente. Lo que intenta es huir de la domesticación a la que se había sometido al hombre y eso cree que se puede hacer fomentando el cultivo de las pasiones y creando una jerarquía entre ellas, sometiéndolas a un proceso de selección.

El hombre es, como dice Zaratustra, una cuerda tendida hacia el superhombre; el hombre es un tránsito, un ocaso. En el primero de sus discursos Zaratustra nos cuenta de una manera metafórica en que consiste ese paso, la evolución del espíritu en tres transformaciones: en camello, en león y en niño. 1º. El camello pide las cargas mas pesadas, para dañar su soberbia y para humillarse hasta el máximo; se encuentra bajo el dominio del idealismo y de sus valores; respeta la ley moral y la ley de Dios; en su personalidad predomina el tu - debes. 2º El león quiere conquistar su propia libertad; es el que tiene fuerzas suficientes para destruir cualquier valor de un solo zarpazo. En él predomina el yo - quiero y simboliza la lucha contra el idealismo y contra la moral trascendente. 3º Sin embargo, el león tampoco puede crear valores nuevos. Para crearlos hace falta la inocencia del niño, para crearlos se necesita un espíritu afirmativo, la inversión de la voluntad.

Éste es el camino que conduce hasta el superhombre, el camino, como dice Nietzsche, hacia una nueva mañana. Dios era una suposición que torcía todo lo que estaba derecho, que vaciaba lo lleno y que envilecía lo terrenal; el superhombre era, en cambio, auténtica voluntad de crear. “Crear - ésa es la gran redención del sufrimiento -, así es como se vuelve ligera la vida. Mas para que el creador exista, son necesarios sufrimiento y muchas transformaciones. ¡Sí, muchas amargas muertes tiene que haber en nuestra vida, creadores! De ese modo sois defensores y justificadores de todo lo perecedero. Para ser el hijo que vuelve a nacer, para ser eso, el creador mismo tiene que querer ser también la parturienta y los dolores de la parturienta”. (Así habló Zaratustra).

De la misma manera que el devenir reactivo de las fuerzas había producido el nihilismo, el devenir activo nos permite cambiar la negación por la afirmación, la afirmación de la vida y de la tierra. No se trata, por tanto, de un cambio lineal de unos valores viejos por otros nuevos, sino que es algo más radical, cambiar la perspectiva y la orientación. Tal como hemos visto hasta ahora, hay una transformación que va del camello, al león y al niño; hay una transformación paralela que va desde el último hombre, al hombre superior y al superhombre. Lo importante en esa transformación es el cambio de perspectiva que se tiene que producir, el concebir la voluntad de poder en su faceta afirmativa. Estas transformaciones suponen, en primer lugar, el deseo de destrucción, el hombre que ama su propio ocaso, la destrucción del hombre que quiere perecer, la negación y la destrucción como síntomas de creación; suponen, en segundo lugar, la afirmación de lo múltiple, del cambio, del devenir y, en definitiva, de la vida; y suponen, en tercer lugar, la afirmación del devenir y del superhombre.

8. La voluntad de poder

“En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder, e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de señor”. (op. cit.). “Muchas cosas tiene el viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero, en el apreciar mismo, habla ¡la voluntad de poder!”. (op. cit.)

Tal como hemos visto antes, donde hay vida y donde hay mundo hay voluntad de poder, hay fuerzas positivas y negativas, activas y reactivas. La voluntad de poder no es, entonces, el deseo o la búsqueda del poder, sino la fuente y la raíz de todas las cosas, el origen de las fuerzas primitivas que nos impulsan a querer la nada o a aumentar el querer activo y la afirmación. Por debajo del mundo o de la conciencia podernos encontrar una realidad polimorfa e irreductible, un juego de fuerzas que ya valoran, forman e interpretan. En realidad, no hay ni un en sí ni una sustancia de las cosas, sino fuerzas; no hay un yo, sino pluralidad de instintos y de pulsiones. “Así tampoco es la conciencia, en ningún sentido decisivo, antitética de lo instintivo, la mayor parte del pensar consciente de un filósofo está guiada de modo secreto por sus instintos y es forzada por éstos a discurrir por determinados carriles”. (Más allá del bien y del mal).

Con la muerte de Dios el hombre se permite instalarse en la realidad, no de un modo preestablecido a base de las viejas categorías de la razón, sino en el vivir sencillo de hombres que son finitos y que se ven impelidos a crear el mundo como niños que juegan. La voluntad de poder significa, entonces, reconocer la naturaleza desnuda del devenir sin las falsificaciones sobrenaturales, reconocer el carácter abierto del tiempo sin las justificaciones escatológicas de la metafísica.

Como vemos, Nietzsche ha renunciado a la razón metafísica y a la redención cristiana. El superhombre ya parte de la necesidad de instalarse en el devenir, a la intemperie, en el chorro mismo del tiempo sin las defensas de la metafísica ni de la teología, vivir sin la necesidad de tener que echarse a descansar ni en las ideas ni en los valores de ninguno de los transmundanos. No es sólo la voluntad de existir, sino algo más radical, lo que está por debajo de todo lenguaje, de toda apreciación, por debajo del vivir y del pensar haciéndolos posibles. En definitiva, la voluntad de poder es la necesidad de afirmarse en la tierra y de potenciar la vida hasta el máximo, de asumir la libertad y el tiempo sin poder fabular de nuevo sobre ellos con esas teorías metafísicas que adoraban la Verdad. “Se hallan muy lejos de ser espíritus libres: pues creen todavía en la verdad” (Genealogía de la moral). “La verdad es aquella clase de error sin el cual no puede vivir un ser viviente de una determinada especie. El valor para la vida es lo que decide en último término” (Voluntad de dominio).

Evidentemente, la voluntad de poder no tiene nada que ver con la voluntad de los psicólogos, sino que es la crítica de la razón y de la dialéctica, la crítica de las esencias y de las leyes naturales. Hasta ahora la conciencia ha impuesto sus gustos decrépitos. ha actuado con verdadera crueldad renunciando a las apariencias y a las superficies de la realidad. De lo que se trata a partir de ahora es ver la realidad desde dentro. con sus cualidades de cambio, devenir, multiplicidad, contraste, contradicción y guerra. “Concebir este mundo no como una ilusión, una apariencia. Una representación (en el sentido de Berkeley y Schopenhauer), sino como algo dotado de idéntico grado de realidad que el poseído por nuestros afectos (...), como una especie de vida instintiva en la que todas las funciones orgánicas, la autorregulación, la asimilación, la alimentación, la secreción, el metabolismo, permanecen aún sintéticamente ligadas entre sí como una forma previa de la vida (...) El mundo visto desde dentro, el mundo definido y designado en su carácter inteligible, sería voluntad de poder y nada más que eso”. (Más allá del bien y del mal).

La razón, en su tarea de fundamentación, había llegado a anquilosar el pensamiento con la certeza de las ideas claras y evidentes. El nihilismo aniquiló todas las defensas de los valores morales y de las categorías metafísicas. De lo que se trata ahora es de recuperar la jovialidad y la alegría de vivir, no con un optimismo ingenuo y bobalicón, sino con la pérdida del resentimiento, con la aceptación de la vida tal como es, del dolor y del sufrimiento, del placer y del entusiasmo. Es ilustrativo un pasaje del Zaratustra dedicado a los doctos. “Durante demasiado tiempo mi alma estuvo sentada hambrienta a su mesa; yo no estoy adiestrado al conocer como ellos, que lo consideran un cascar de nueces. Amo la libertad y el aire libre sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades. Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo sin aliento. Entonces tengo que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo”. (Así habló Zaratustra)

9. El eterno retorno

Para entender la doctrina del eterno retorno hay que desechar por recomendación expresa del propio Nietzsche las comparaciones con el mito de las civilizaciones antiguas y hay que desechar también, en consecuencia, la idea de que los hechos y nuestras vidas se hayan de repetir otras veces.

Tal vez no hayan mejores palabras para conocer el sentido de la experiencia que las del propio Nietzsche en el Ecce homo. “La doctrina del 'eterno retorno’, es decir, del ciclo incondicional. infinitamente repetido, de todas las cosas: esta doctrina de Zaratustra podría, en definitiva, haber sido enseñada también por Heráclito. Yo no tengo, en definitiva, motivo alguno para renunciar a la esperanza de un futuro dionisíaco de la música. Adelantemos nuestra mirada un siglo, supongamos que mi atentado contra milenios de contranaturaleza y de violación del hombre tiene éxito(...) El adiestramiento superior de la humanidad (...) hará posible (...) aquel exceso de vida del cual tendrá que volver a nacer también la situación dionisíaca” (op. cit.).

Ahí tenemos los elementos esenciales: un atentado contra la cultura de milenios, la aceptación de la realidad como un ciclo incondicionado, el exceso de vida, el pensamiento trágico, Heráclito y Dionisos.

¿Qué ocurriría si, un día, al despertarnos, nos encontráramos con que nuestra vida se habría de repetir con cada uno de sus dolores y con cada uno de sus sufrimientos?, se pregunta Nietzsche en La Gaya ciencia. La suposición de que la vida fuera como un reloj de arena al que se le pudiera dar la vuelta es angustiosa para Nietzsche, pero la enseñanza es decisiva. El eterno retorno supone que se ha de vivir de tal forma, que siempre se quisiera repetir la experiencia. Por lo tanto, se ha de perder el resentimiento y la culpa con que se nos cargó y con que se eliminó la alegría de vivir. El ser es una ficción vacía. Lo que hay que recuperar es la inocencia del devenir. “El problema psicológico del tipo de Zaratustra consiste en cómo aquel que posee la visión más dura, más terrible de la realidad, aquel que ha pensado 'el pensamiento abismal' no encuentra en sí, a pesar de todo, ninguna objeción contra el existir y ni siquiera contra el eterno retorno de éste, antes bien, una razón más para ser él mismo, el sí eterno dicho a todas las cosas, ‘el inmenso, ilimitado decir sí y amén...'. ‘A todos los abismos llevo yo la bendición de mi decir sí'. Pero esto es, una vez más, el concepto de Dionisos” (op. cit.).

Todo es necesario. La posibilidad de una perspectiva privilegiada, al estilo de Platón o de Kant, de una razón condenando o salvando, elevando hasta la universalidad o marginando en la particularidad, una perspectiva y una concepción tal es absurda.

En realidad, hay que destruir la conciencia nihilista y su odio al tiempo. El eterno retorno es afirmación, habíamos dicho, la afirmación del azar y del devenir, del ser del devenir y de la necesidad del azar, es el amor fati, el amor por un destino que implica caos, desorden y azar. Lo que se afirma es el tiempo, justo lo que se había escamoteado en toda la historia de la metafísica desde Platón a Hegel. Lo que retorna no son los hechos pasados, sino que es el propio paso del tiempo; es decir, que el eterno retorno exige la voluntad explícita de asumir el tiempo, lo perecedero, y lo mutable, como el único lugar en el que nosotros hemos de vivir. “La voluntad no puede querer hacia atrás: el que no pueda quebrantar el tiempo ni la voracidad del tiempo: esa es la más solitaria tribulación de la voluntad” (Así habló Zaratustra). “Dionisos, sensualidad y crueldad. Lo transitorio podría ser explicado como goce de la fuerza creadora y destructora, como creación constante” (Voluntad de dominio).

El gozar y el sufrir, la creación y la destrucción, son elementos polares de las dos fuerzas básicas, activas y reactivas, necesarias ahora para destruir el deseo de venganza y el resentimiento que nos impulsan de nuevo a una metafísica trasmundana. 0 dicho de otra forma, una fuerza activa que había de eliminar la fuerza reactiva para conducir la voluntad hacia la afirmación. Es el pensamiento del martillo, la potencia de la vitalidad y del poder. “No ya el gusto de la seguridad, sino el de la incertidumbre; no ya ‘causa y efecto’, sino la creación continua; no ya la voluntad de la conservación, sino de potencia” (op. cit.).

El mundo es juego de fuerzas sin fin y sin metas, fuerzas que se agitan y se transforman continuamente, un flujo continuo de contradicciones en el que todo se crea y se destruye eternamente. La existencia, inmersa en el tiempo, sin fin y sin metas, se ve ligada necesariamente a destruir y a afirmar eternamente sin la esperanza de cerrar nunca en un sistema el sentido total de la realidad. “Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro, de aquel futuro que yo contemplo. Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir en unidad lo que es fragmento, enigma y espantoso azar” (Así habló Zaratustra).

La voluntad de poder se encuentra limitada por el tiempo. El pasado es la esfera de lo cerrado y el futuro la esfera de lo abierto. Sin embargo, el eterno retorno le impone la eternidad al instante. Lo que retorna no son los hechos, como dijimos antes, sino el instante inevitable; lo que se afirma, por tanto, es la eternidad en el instante, una profunda eternidad. “Mi consuelo es esto: que todo lo que ha sido es eterno” (Voluntad de dominio). El tiempo es ahora como el niño que juega, el símbolo de la creación y de la afirmación. “¡Mira ese portón! ¡Enano! Tiene dos caras, dos caminos convergen aquí: nadie los ha recorrido hasta el final. Esa larga calle hacia atrás dura una eternidad. Y esa larga calle hacia adelante es otra eternidad. Se contraponen esos dos caminos: chocan de cabeza. Y aquí, en este portón, es donde convergen. El nombre del portón está escrito arriba: ¡Instante!” (Así habló Zaratustra).

Todo es eterno y todo se puede volver a repetir. La visión del eterno retorno es terrible, como el pastor que se traga la cabeza de la serpiente y no se la podía arrancar de la garganta. La experiencia es terrible, hay que morder para arrancarle la cabeza. Sólo entonces se puede recuperar la jovialidad del vivir. El mundo es más profundo de lo que el día ha sonado, muestra un enigma y un abismo. “¡Oh cielo por encima de mí, tú, puro y elevado! Ésta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón: que tú eres para mí una pista de baile para azares divinos, que tú eres para mí una mesa de dioses para dados y jugadores divinos!” (op. cit.).

[1] Recuérdese el ambiente de la época descrito por Robert Musil en El hombre sin atributos, referido al supuesto país de Kakania, alusión despectiva a Austria, pero extensiva a los países circundantes. El contexto es idéntico al de Wittgenstein.
[2] Conviene no perder de vista aquí la crítica a la cultura decadente de la burguesía europea (Musil, etc.), con las críticas del estilo de Spengler (La decadencia de occidente) y los intentos posteriores de establecer un “orden nuevo”; eso intentarían, por ejemplo, la revolución rusa y el nazismo y fascismo.
[3] Es la lucha del esteticismo griego de lo apolíneo contra la exaltación romántica muy décimononica de lo dionisíaco, antecedente directo de la exasperación existencialista, teñida ya de desesperanza.
[4] Puede compararse esta ‘inversión de la metafísica’ con la inversión hegeliana de Marx respecto de la ‘idea’.
[5] Recuérdese la justificación de M. Yourcenar en Memorias de Adriano: “... estaba el hombre solo”