El aula como experiencia filosófica

Por Mauricio Langon
1.
Agradezco a los organizadores haberme invitado para integrar este panel en el Día Mundial de la Filosofía, actividad de la UNESCO de suma importancia en el momento actual en que filosofar parece una actividad tan imposible como lo era según Kant aprender filosofía.
1.1. (Sobre lo imposible)
Hoy, imposible, quiere decir inútil, ineficaz, que no tiene aplicación inmediata en un proceso de producción económicamente rentable.
Por eso, cuando el Foro Social Mundial insiste en afirmar que otro mundo es posible y se lanza en la procura de inéditos viables, desde lo imposible está apuntando hacia un mundo regido por valoraciones últimas distintas de la instancia contable. (Más allá de la posible ineficacia de ese Foro o de sus propuestas)
Y cuando la UNESCO (en la cual tal vez sea posible todavía ver una unión de naciones, no de gobiernos; integrada por sus personas representativas, más que por representantes de personas jurídicas; en marcha hacia la unión de la ciencia y la cultura de todas las naciones), cuando la UNESCO instala el Día Mundial de la Filosofía y cuando, además, nos pregunta por su enseñanza y por ésta ubicada en aulas, desde lo imposible está poniendo como última instancia, por encima de los intereses económicos, lo filosófico; como filosofía y como enseñanza. (Más allá de la posible ineficacia de la UNESCO y de sus propuestas)
1.2. (Sobre los días de...)
Hay un “Día de los Trabajadores”. Es día de no trabajar. Y a nadie se le escapa el no inocente deslizamiento semántico que ocurre cuando en algún país se pasa a llamar “Día del Trabajo”.
Del “Día de los Trabajadores” podía cantar Ruben Olivera:
“Es hoy...
Es nuestro Primero de Mayo...
Los otros días
¿de quién son?”
La respuesta que no canta Olivera “está cantada”: los otros días, los días de trabajar, son de los no-trabajadores, son de los capitalistas (y no hay “día de los capitalistas”; porque no hay día que los intereses no capitalicen).
Hoy, no es el Día de los Filósofos, es el Día de la Filosofía. Por tanto, día de Filosofar. Como todos los días. Para que no haya días de no filosofar, para que no haya días de no filósofos; para que siga habiendo, cada día, un filosofar y una filosofía de todos los días.
2.
2.1 (Sobre el título del panel y de mi participación)
Me llegaron dos fórmulas como propuesta de este panel. Un título muy abierto: “Filosofía como experiencia de aula”. Y una pregunta asaz precisa: “¿Cuál es la experiencia de la enseñanza de la filosofía en las aulas?”
Demasiado distintas. Porque apuntan a respuestas diferentes. La primera podría estar preguntando más por la “experiencia de aula” que por la filosofía; la segunda pregunta por la “enseñanza de la filosofía” en el espacio concreto de las aulas, más que por la filosofía.
Por eso, preferí reflexionar sobre el aula como experiencia filosófica, para intentar responder a ambas formulaciones, y hacerlo filosofando.
En el aula, lugar específico y pacífico de enseñanza y quizás de aprendizaje ¿cómo podría haber “experiencia” (si por ella entendiéramos, con Gabriela Rebok, que es “pasar peligros”) en el aula, útero protegido para hacer nacer al “mundo del saber” o del “conocimiento”? Y si por “experiencia” entendiéramos simplemente esa noción común de variadas pruebas y ensayos -algunos más ricos y eficaces, otros más pobres e inútiles- que la acerca a la noción de “experimentación”: ¿cómo podría esa “experiencia” acercarse remotamente a ser filosófica, enraizarse en el espanto para cuestionarse por querer saber? El aula, ese espacio cerrado de nuestra educación formal: ¿cómo podría ser experiencia y cómo podría ser filosófica?
2.2. (Sobre el aula)
Cuando el aula es aislamiento.
Ya sea considerada como lugar de encierro, o de castigo, o de domesticación, que da a la sociedad la seguridad de que las peligrosas niñez y juventud estarán bien guardadas al menos durante varias horas diarias.
Ya sea considerada como útero seguro y confortable para el estudio riguroso de niños y jóvenes rigurosamente preservados de los dolores, problemas y acechanzas del mundo (cuando no también del demonio y de la carne), estudio que en el futuro les permitirá ser “los triunfadores del mañana”,[1] convencidos de llegar a ser ganadores en mérito a sus méritos; y de que futuros perdedores lo serán por sus propios deméritos.
¿Cómo, entonces, el aula, (espacio protegido, sagrado, ritualizado para que en ella se jueguen divertidas y tranquilizadoras actividades didácticamente “interesantes”, o para que en ella se transmita el indudable y sólido conocimiento acumulado por una tradición milenaria) podría ser lugar de experiencia filosófica, de espanto, de inseguridad, de duda, de preguntar angustioso, de sacudimiento de almas, de problemas “de esos que no te dejan dormir”, de aporías de vida y muerte que están en el origen del filosofar, de la actitud filosófica y de la filosofía?
¿Es que no vemos en la alegría que todavía despierta en algunos el despertar al conocimiento, uno de los caminos que deberían llevar al filosofar? ¿Es que cuando vemos la indisciplina, el descontento, la protesta, la violencia en nuestras aulas, no las vemos como las atrocidades del mundo impactando en el interior del aula, no las vemos como oportunidad para filosofar y menos como exigencia de filosofar? ¿Es que no vemos el desinterés, la desidia, el aburrimiento que campean en las aulas, como uno de los orígenes de la filosofía? ¿Será que con todo eso no seremos capaces de filosofar en el aula, de hacer del aula un lugar de experiencias filosóficas?
2.3. (Sobre el aula como encierro)
Porque el aislamiento en educación (positivo o negativo; castigo en el oscuro sótano de la torre; o luminosa torre de marfil o de cristal) es un dispositivo que procura enseñanzas y aprendizajes orientados a generar subjetividades pasivas, antifilosóficas, incapaces de asombro y espanto, proclives a permanecer encerradas “dentro” de algún caparazón, “fuera” del mundo.
Una educación que procura “durante toda la vida”, no el crecimiento y la asunción de responsabilidades sociales, no el “atrévete a pensar por ti mismo” de Kant, sino la prolongación del estado de niñez tutorizada en cuanto estado de subordinación e irresponsabilidad. Quizás el lema de esa educación sea el contrario del kantiano: “No te atrevas a pensar con tu propia cabeza”. Una educación que enseña para hacer imposible filosofar; que quiere que se aprenda a no filosofar, a no tener experiencias, a no pasar peligros, y menos a hacerlo juntos.
3.
Mi propuesta, entonces: hacer del aula un espacio de experiencia filosófica; un lugar donde pasar peligros juntos.
Hacer del aula de filosofía (insustituible, cuya primera responsabilidad es ser filosófica y no mera transmisión de informaciones sobre qué pensaron los hombres de otros tiempos y culturas o qué están pensando hoy) un espacio de experiencia filosófica.
Pero no sólo del aula de filosofía hay que hacer un lugar de experiencia filosófica. Porque la responsabilidad de formar personas pensantes sería misión imposible si la esperáramos exclusivamente de una disciplina curricular.
Por eso en Uruguay hemos acuñado el concepto de “función filosófica”:[2] hay una disciplina en la educación que se llama “filosofía”, pero hay una “función filosófica” que cumple (o deja de cumplir) cada una de las disciplinas curriculares, cuando reflexiona sobre sus límites y aporías, cuando se deja cuestionar por otras disciplinas, cuando dirige sus propias preguntas, cuestionamientos y exigencias a otros saberes.
En Uruguay, hemos propuesto un espacio de coordinación de la función filosófica que cuajó en la inclusión en el currículo de los tres últimos años de la enseñanza media (secundaria o bachillerato) de una hora semanal para un espacio de “crítica de los saberes”, que se viene aplicando en forma “piloto” y que el año próximo se generalizará para todo el país en el primero de esos años. En ese espacio filosófico se procura trabajar en la crítica y articulación de todos los saberes.
La propuesta es, pues hacer de cada aula y de todas las aulas, espacios de experiencia filosófica, es decir, espacios para pasar peligros juntos dejándose impactar por la realidad, espantándose ante ella, problematizándola, poniéndose en movimiento para enfrentar el problema, recurriendo para ello a los instrumentos críticos que ha construido la filosofía al encarar los problemas más radicales que aquejan a los seres humanos, buscando el aporte de informaciones y conocimientos relevantes, buscando y creando alternativas, tomando colectivamente decisiones de acción, en un marco colaborativo y solidario.
4.
Un espacio para el derecho a la filosofía y el derecho a filosofar de todos aquellos que están encerrados en nuestras aulas. Por supuesto, este derecho debe reivindicarse para toda educación y para todos los niveles escolares desde que el niño comienza su escolarización.
Me parece pertinente, sin embargo, decir algunas palabras específicas sobre nuestras aulas adolescentes, aquellas de que disponemos hoy en día en nuestras instituciones escolares públicas. Esas aulas en que están encerrados los jóvenes de nuestro mundo actual, los jóvenes de nuestros países marginados.
El aula adolescente, encrucijada problemática, instalada en los puntos de ruptura y sutura entre dejar de ser objeto y pasar a ser sujeto; dejar de ser niño “tutorizado” y pasar a ser adulto que nade a la libertad y la responsabilidad; dejar de ser “mudos” y pasar a decir su “palabra” (incluyendo a los mudos, claro está); dejar de ser solos, egocéntricos y empezar a ser comunidad; pasar de los lugares seguros, de los interiores protegidos a la intemperie social; pasar de ser repetidores de conocimientos a apropiarse del conocimiento, resignificarlo y recrearlo, aprender a atreverse a pensar por sí mismos, a ir desarrollando el propio poder individual y colectivo, a apoderarse del propio futuro.
¿Será esto democracia, poder del pueblo?
[1] Slogan de las “Academias Pitman” cuando yo era chico.
[2] Usando libremente la distinción de Arturo Andrés Roig entre “utopía” (hay determinados discursos que son utopías) y “función utópica” (puede estudiarse en cualquier discurso su propuesta de futuro).
1.
Agradezco a los organizadores haberme invitado para integrar este panel en el Día Mundial de la Filosofía, actividad de la UNESCO de suma importancia en el momento actual en que filosofar parece una actividad tan imposible como lo era según Kant aprender filosofía.
1.1. (Sobre lo imposible)
Hoy, imposible, quiere decir inútil, ineficaz, que no tiene aplicación inmediata en un proceso de producción económicamente rentable.
Por eso, cuando el Foro Social Mundial insiste en afirmar que otro mundo es posible y se lanza en la procura de inéditos viables, desde lo imposible está apuntando hacia un mundo regido por valoraciones últimas distintas de la instancia contable. (Más allá de la posible ineficacia de ese Foro o de sus propuestas)
Y cuando la UNESCO (en la cual tal vez sea posible todavía ver una unión de naciones, no de gobiernos; integrada por sus personas representativas, más que por representantes de personas jurídicas; en marcha hacia la unión de la ciencia y la cultura de todas las naciones), cuando la UNESCO instala el Día Mundial de la Filosofía y cuando, además, nos pregunta por su enseñanza y por ésta ubicada en aulas, desde lo imposible está poniendo como última instancia, por encima de los intereses económicos, lo filosófico; como filosofía y como enseñanza. (Más allá de la posible ineficacia de la UNESCO y de sus propuestas)
1.2. (Sobre los días de...)
Hay un “Día de los Trabajadores”. Es día de no trabajar. Y a nadie se le escapa el no inocente deslizamiento semántico que ocurre cuando en algún país se pasa a llamar “Día del Trabajo”.
Del “Día de los Trabajadores” podía cantar Ruben Olivera:
“Es hoy...
Es nuestro Primero de Mayo...
Los otros días
¿de quién son?”
La respuesta que no canta Olivera “está cantada”: los otros días, los días de trabajar, son de los no-trabajadores, son de los capitalistas (y no hay “día de los capitalistas”; porque no hay día que los intereses no capitalicen).
Hoy, no es el Día de los Filósofos, es el Día de la Filosofía. Por tanto, día de Filosofar. Como todos los días. Para que no haya días de no filosofar, para que no haya días de no filósofos; para que siga habiendo, cada día, un filosofar y una filosofía de todos los días.
2.
2.1 (Sobre el título del panel y de mi participación)
Me llegaron dos fórmulas como propuesta de este panel. Un título muy abierto: “Filosofía como experiencia de aula”. Y una pregunta asaz precisa: “¿Cuál es la experiencia de la enseñanza de la filosofía en las aulas?”
Demasiado distintas. Porque apuntan a respuestas diferentes. La primera podría estar preguntando más por la “experiencia de aula” que por la filosofía; la segunda pregunta por la “enseñanza de la filosofía” en el espacio concreto de las aulas, más que por la filosofía.
Por eso, preferí reflexionar sobre el aula como experiencia filosófica, para intentar responder a ambas formulaciones, y hacerlo filosofando.
En el aula, lugar específico y pacífico de enseñanza y quizás de aprendizaje ¿cómo podría haber “experiencia” (si por ella entendiéramos, con Gabriela Rebok, que es “pasar peligros”) en el aula, útero protegido para hacer nacer al “mundo del saber” o del “conocimiento”? Y si por “experiencia” entendiéramos simplemente esa noción común de variadas pruebas y ensayos -algunos más ricos y eficaces, otros más pobres e inútiles- que la acerca a la noción de “experimentación”: ¿cómo podría esa “experiencia” acercarse remotamente a ser filosófica, enraizarse en el espanto para cuestionarse por querer saber? El aula, ese espacio cerrado de nuestra educación formal: ¿cómo podría ser experiencia y cómo podría ser filosófica?
2.2. (Sobre el aula)
Cuando el aula es aislamiento.
Ya sea considerada como lugar de encierro, o de castigo, o de domesticación, que da a la sociedad la seguridad de que las peligrosas niñez y juventud estarán bien guardadas al menos durante varias horas diarias.
Ya sea considerada como útero seguro y confortable para el estudio riguroso de niños y jóvenes rigurosamente preservados de los dolores, problemas y acechanzas del mundo (cuando no también del demonio y de la carne), estudio que en el futuro les permitirá ser “los triunfadores del mañana”,[1] convencidos de llegar a ser ganadores en mérito a sus méritos; y de que futuros perdedores lo serán por sus propios deméritos.
¿Cómo, entonces, el aula, (espacio protegido, sagrado, ritualizado para que en ella se jueguen divertidas y tranquilizadoras actividades didácticamente “interesantes”, o para que en ella se transmita el indudable y sólido conocimiento acumulado por una tradición milenaria) podría ser lugar de experiencia filosófica, de espanto, de inseguridad, de duda, de preguntar angustioso, de sacudimiento de almas, de problemas “de esos que no te dejan dormir”, de aporías de vida y muerte que están en el origen del filosofar, de la actitud filosófica y de la filosofía?
¿Es que no vemos en la alegría que todavía despierta en algunos el despertar al conocimiento, uno de los caminos que deberían llevar al filosofar? ¿Es que cuando vemos la indisciplina, el descontento, la protesta, la violencia en nuestras aulas, no las vemos como las atrocidades del mundo impactando en el interior del aula, no las vemos como oportunidad para filosofar y menos como exigencia de filosofar? ¿Es que no vemos el desinterés, la desidia, el aburrimiento que campean en las aulas, como uno de los orígenes de la filosofía? ¿Será que con todo eso no seremos capaces de filosofar en el aula, de hacer del aula un lugar de experiencias filosóficas?
2.3. (Sobre el aula como encierro)
Porque el aislamiento en educación (positivo o negativo; castigo en el oscuro sótano de la torre; o luminosa torre de marfil o de cristal) es un dispositivo que procura enseñanzas y aprendizajes orientados a generar subjetividades pasivas, antifilosóficas, incapaces de asombro y espanto, proclives a permanecer encerradas “dentro” de algún caparazón, “fuera” del mundo.
Una educación que procura “durante toda la vida”, no el crecimiento y la asunción de responsabilidades sociales, no el “atrévete a pensar por ti mismo” de Kant, sino la prolongación del estado de niñez tutorizada en cuanto estado de subordinación e irresponsabilidad. Quizás el lema de esa educación sea el contrario del kantiano: “No te atrevas a pensar con tu propia cabeza”. Una educación que enseña para hacer imposible filosofar; que quiere que se aprenda a no filosofar, a no tener experiencias, a no pasar peligros, y menos a hacerlo juntos.
3.
Mi propuesta, entonces: hacer del aula un espacio de experiencia filosófica; un lugar donde pasar peligros juntos.
Hacer del aula de filosofía (insustituible, cuya primera responsabilidad es ser filosófica y no mera transmisión de informaciones sobre qué pensaron los hombres de otros tiempos y culturas o qué están pensando hoy) un espacio de experiencia filosófica.
Pero no sólo del aula de filosofía hay que hacer un lugar de experiencia filosófica. Porque la responsabilidad de formar personas pensantes sería misión imposible si la esperáramos exclusivamente de una disciplina curricular.
Por eso en Uruguay hemos acuñado el concepto de “función filosófica”:[2] hay una disciplina en la educación que se llama “filosofía”, pero hay una “función filosófica” que cumple (o deja de cumplir) cada una de las disciplinas curriculares, cuando reflexiona sobre sus límites y aporías, cuando se deja cuestionar por otras disciplinas, cuando dirige sus propias preguntas, cuestionamientos y exigencias a otros saberes.
En Uruguay, hemos propuesto un espacio de coordinación de la función filosófica que cuajó en la inclusión en el currículo de los tres últimos años de la enseñanza media (secundaria o bachillerato) de una hora semanal para un espacio de “crítica de los saberes”, que se viene aplicando en forma “piloto” y que el año próximo se generalizará para todo el país en el primero de esos años. En ese espacio filosófico se procura trabajar en la crítica y articulación de todos los saberes.
La propuesta es, pues hacer de cada aula y de todas las aulas, espacios de experiencia filosófica, es decir, espacios para pasar peligros juntos dejándose impactar por la realidad, espantándose ante ella, problematizándola, poniéndose en movimiento para enfrentar el problema, recurriendo para ello a los instrumentos críticos que ha construido la filosofía al encarar los problemas más radicales que aquejan a los seres humanos, buscando el aporte de informaciones y conocimientos relevantes, buscando y creando alternativas, tomando colectivamente decisiones de acción, en un marco colaborativo y solidario.
4.
Un espacio para el derecho a la filosofía y el derecho a filosofar de todos aquellos que están encerrados en nuestras aulas. Por supuesto, este derecho debe reivindicarse para toda educación y para todos los niveles escolares desde que el niño comienza su escolarización.
Me parece pertinente, sin embargo, decir algunas palabras específicas sobre nuestras aulas adolescentes, aquellas de que disponemos hoy en día en nuestras instituciones escolares públicas. Esas aulas en que están encerrados los jóvenes de nuestro mundo actual, los jóvenes de nuestros países marginados.
El aula adolescente, encrucijada problemática, instalada en los puntos de ruptura y sutura entre dejar de ser objeto y pasar a ser sujeto; dejar de ser niño “tutorizado” y pasar a ser adulto que nade a la libertad y la responsabilidad; dejar de ser “mudos” y pasar a decir su “palabra” (incluyendo a los mudos, claro está); dejar de ser solos, egocéntricos y empezar a ser comunidad; pasar de los lugares seguros, de los interiores protegidos a la intemperie social; pasar de ser repetidores de conocimientos a apropiarse del conocimiento, resignificarlo y recrearlo, aprender a atreverse a pensar por sí mismos, a ir desarrollando el propio poder individual y colectivo, a apoderarse del propio futuro.
¿Será esto democracia, poder del pueblo?
[1] Slogan de las “Academias Pitman” cuando yo era chico.
[2] Usando libremente la distinción de Arturo Andrés Roig entre “utopía” (hay determinados discursos que son utopías) y “función utópica” (puede estudiarse en cualquier discurso su propuesta de futuro).

